ILUSTRACIÓN elaborada
por: Fernando Emilio Saavedra Palma.
OCTAVIO PAZ
Ensayo
elaborado por: Juan
Cervera Sanchís.
Entre
el agua y la luz y entre la luz y el agua se debate, en círculos y relámpagos,
la poesía de Octavio Paz. Se podría decir que el poeta desarrolla su obra
obsesionado por la inexpresable irradiación electromagnética, que llamamos luz,
y por el compuesto químico, que denominamos agua. Llegamos, por momentos, a
pensar que la poesía de Paz es ella misma agua y luz.
Sí,
ciertamente, esta poesía se encierra (por más que parezca dispararse en
supersónicos pálpitos) en redonda geografía de luz y de agua. Surtidor de
trabajadas emociones.
Fuente
de inteligencia. Cántaro de equilibrio. Vaso de exactitud. Y luces y más luces
de un mismo foco. Húmeda luminaria capaz de hacernos entender la raíz de las
paradojas.
Con
una extraña ciencia, esa que brota del corazón en edad de perihelios, Octavio
Paz nos aproxima a la luz y no da a beber. “arrastrando en sus aguas dulces
fechas”, aguas insospechadas. Poeta de la luz y el agua, en celestiales
movimientos, puede rasgar, con los puñales de su canto, la espesa frazada del
misterio. Y canta así.
Inmóvil en la luz, pero danzante,
tu movimiento a la quietud que creía
en la cima del vértigo se alía
deteniendo, no al vuelo, sí al instante.
Luz que no se derrama, ya diamante,
detenido esplender del mediodía,
son que no se consume ni se enfría
de cenizas y fuego equidistante
Espada, llama, incendio cincelado,
aue ni mi sed aviva ni la mata,
absorta luz, lucero ensimismado:
tu cuerpo de sí mismo se desata
y cae y se dispersa tu blancura
y vuelves a ser agua y tierra oscura.
El
agua, a borbotones de venero, en flor de hontanas, cruza, como un emporio de
ríos, el mar poético de Octavio Paz, ya desde sus iniciales poemas de “Luna
silvestre”, así como la luz, para ensancharse en rápidas y radiantes llamaradas
en “Bajo tu clara sombra”, y continuar creciendo por “Entre la piedra y la
flor”, “A la orilla del mundo”, “Semillas para un himno”, “Piedras de Sol”…
El
agua, entre “espadas de luz”, en pos de sorpresivos rescates, persigue su
“pasado de agua” y presidente su futuro de agua en esta poesía siempre
luminosa, surgida y creada en luz de luz:
Un cuerpo, un cuerpo solo, sólo un cuerpo,
un cuerpo como un día derramado
y noche devorada;
la luz, la luz, henchido río
que navega perdido
sin asir una orilla,
la luz de unos cabellos
que no apaciguan nunca
la sombra de mi tacto;
una garganta, un vientre que amanece
como el mar que se enciende
cuando toca la frente de la aurora…
Siempre
en todo momento, cuerpos o ideas, en Paz son agua y luz. Tal un destino fatal,
por más que a él mismo le pueda parecer una inclinación consciente. Lo
inevitable, como “sedienta tierra” y “hambre de orillas ciegas”, se convierte
aquí en diáfana y líquida realidad o ensoñación. ¡Quién sabe! Las Moiras
dirigen incluso lo que nos parece que estamos dirigiendo. En la poesía de
Octavio Paz, en “su latir de corrientes”, la luz encalla, como un sino
imperativo:
Vivimos sepultados en tus aguas desnudas.
El
poeta lo sabe, aunque niegue saberlo, pero lo sabe, sí, lo sabe:
Dueles, recién parida, luz tan en flor mojada;
¿qué semillas, qué sueños, qué inocencias te
laten,
dentro de ti me sueñan, viva noche del alma?
“Herida
y fuente” es esta poesía inventada en sí misma y hecha de restallantes
percepciones y esclava y señora de sus “círculos concéntricos”. En su “quieto
resplandor”, que “inunda y ciega” al buscador, es decir, al poeta, éste se
busca a sí mismo y en sí mismo gusta perderse, “disuelto en su corriente”, como
“río pensativo” y en su “aprisionada luz”. El poeta sabe lo que sabe, y lo sabe
muy bien:
El alma canta, cara al cielo,
y sueña en otro canto,
sólo vibrante luz,
plenitud silenciosa de lo vivo
En
silenciosa plenitud, vivo, entrevé la vida:
Relámpagos o peces
en la noche del mar
y pájaros, relámpagos
en la noche del bosque.
Los huesos son relámpagos
en la noche del cuerpo.
Oh mundo, todo es noche
y la vida es relámpago.
La
luz, por todas partes (dentro y fuera) está aquí en esta poesía, donde el poeta
(él), “en la luz se desnuda”, mientras interroga “a cada esplendor”, seguro,
empero, de que aún no ve. El poeta de la luz. ¿está ciego? El poeta del agua,
¡se muere de sed? Es muy posible. Yo diría que es casi cierto; y “ese que vive
entre las aguas” aún no sabe cómo beber y aunque “la luz lo toca” todavía no
puede tocar la luz. Realmente, que quiere decir “lo más fantásticamente”,
“también el llanto sirve de almohada”. El agua, claro el agua:
El resonante tigre de las aguas,
las uñas resonantes de cien tigres,
las cien manos del agua, los cien tigres
con una sola mano contra nada.
El
agua, junto a la luz, lo es todo en esta poesía. El poeta está de esa manera,
“anegado en su sombra-espejo”. Duras o blandas aguas y “luz en la cima de las
olas”. La voz de Octavio Paz es como “unos ojos líquidos” que huyeran por la
memoria, rodeada de olvidos, de la luz:
Cuando la luz extiende su dominio
e inundan blancas olas a la tierra,
blancas olas temblantes que nos ciegan…
Y
en la ceguera, el poeta, advierte:
Nada sino la luz. No hay nada, nada
sino la luz contra la luz rabiosa,
donde la luz se rompe, se desangra
en oleaje estéril, sin espuma.
El agua suena. Sueña.
El agua intocable en su tumba de piedra,
sin salida en su tumba de aire.
El agua ahorcada,
el agua subterránea,
de húmeda lengua humilde, encarcelada.
El
agua-hombre. Esta agua-vida que somos, se precipita o se recoge verso a verso
en la poesía de Paz, donde se dan tatas batallas, tal como se dan en la raíz
del fuego o del agua, porque el milenario “afán de ser luz en el aire” no se
cumple cuando uno quiere y la sed no suele saciarse en el preciso momento en
que nos incendia la lengua. “las nupcias de la luz y la sombra” pueden mostrase
próximas, pero están lejos. La palabra que puede parecer liberarnos resulta, de
súbito, una cárcel. Tanta agua y tanta luz, en esta poesía de Octavio Paz,
anhelan organizar el caos. “En el principio del mundo la luz y el agua…”Tiempo
de Génesis. Tiempo y espacio:
Y la luz se desnuda y se mira en el agua.
Desnudeces
del alma en luz y agua es esta poesía radiante y húmeda. Esta poesía espoleada
por la tralla luminosa de la búsqueda. Poesía inevitable, fatalmente luminosa y
liquida.
Contra el agua, días de fuego.
Contra el fuego, días de agua.
Como
el pausado horologium de los monasterios las horas (agua y luz) nos envuelven
desde las “aguas petrificada” de esta poesía, donde sentimos que “se despeña la
luz”; que nos dice el secreto sin decirse: “Diré su secreto: de día, es una
piedra al lado del camino; de noche, un río que fluye al costado del hombre”.
Como
la Dama Huasteca es esta poesía, aunque también mucho más. Porque “la luz crea
templos en el mar”, porque “la luz avanzada a grandes pasos, porque “la cabeza
del poeta es una fuente” y, naturalmente, la fuente (iluminada) canta para
todos.
FOTOGRAFÍA TOMADA DEL BUSCADOR DE
Google.
rosarioalonso.blogspot.com
Octavio Paz Lozano
(Ciudad de México, 31 de marzo
de 1914 - Ciudad de México, 19 de abril
de 1998) fue un poeta, escritor, ensayista y diplomático
mexicano, Premio Nobel de Literatura 1990.
Se le considera uno de los más grandes escritores del siglo XX y
uno de los grandes poetas hispanos de todos los tiempos.[1]
Su extensa obra abarcó géneros diversos, entre los que sobresalieron textos poéticos, el ensayo y traducciones.wikipedia.
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