JOSE LUIS CUEVAS
ENTREVISTA POR:
JUAN CERVERA SANCHIS.
Cuevas
efímero. Cuevas ceniza…
Cuevas es un hombre con muchos enemigos. Loado sea Dios. Cuevas es un
hombre muy discutido. Cuevas es un hombre muy hombre y un pintor muy pintor.
Cuando nos dirigíamos a su casa, bueno a la de sus padres, pues Cuevas
construye una casa que, al parecer, va a durar más que una catedral medieval,
lo cual lo obsesiona y desespera, pensábamos encontrarnos poco menos que con un
payaso. Quizás habíamos oído por ahí despotricar a sus enemigos. Sin embargo,
justo es confesarlo: nos habíamos equivocado. Por eso, después de hablar un
rato con él, ya éramos amigos, y nos brotó el tú sinceramente.
–¿Es verdad lo que dicen por ahí, que eres un maniático de la
publicidad?
–Yo creo en la publicidad porque la considero un medio efectivo de
comunicación. Muchos me critican, piensan que uno no debe de salir de su hoyo,
que con la publicidad se diluye o dispersa en perjuicio de la profundidad de su
obra. Bien, yo creo que hay artistas introvertidos que necesitan del
ostracismo, y otros, más extrovertidos, que requieren de la alharaca. Allí
tienes el caso de Morandi, que se pasó toda la vida en su casa de Bolonia, con
sus hermanas solteronas, mientras pintaba botellas, odió la publicidad, rehusó
entrevistas; pero con esta actitud, obtuvo mucha prensa. Quizás el ostracismo
desmedido sea también una forma de publicidad. Después de todo, yo creo que lo
único que cambia es el procedimiento, el sistema. A mí me gusta hablar,
dar entrevistas y conferencias, pero
eso sí, cuando trabajo no admito presencias dentro de mi estudio. No entiendo
cómo Diego Rivera podía pintar mientras conversaba, o cómo Mathieu, el francés,
puede pintar sus cuadros en las galerías y durante la apertura de sus
exposiciones. Pero a lo que íbamos, te repito que creo en la publicidad y que
no me parece, por otro lado, que ningún valor falso pueda ser sólo sostenido
por ella.
–Bien ¿qué te parece a ti la pintura de José Luis Cuevas?
–Como puedes ver, sobre las paredes de mi casa, mejor dicho, de mis
padres, porque la mía está en construcción- y no hay indicio de que la
terminen- no hay ni una sola de mis obras. Yo te confieso que me resultaría
imposible convivir con mi propia obra, y tan es así que, cuando entro en alguna
galería que expone mis trabajos, me quito los anteojos- soy miope y no alcanzo
a ver a cinco metros de distancia- para no ver mis obras. Sin embargo, cuando
he visto mis trabajos, en algunas de las raras exposiciones retrospectivas que
se le han dedicado, puedo juzgarlos- a distancia ya- como quien juzga actos de
la infancia para los que ya se han perdido todo sentido de la responsabilidad.
Mi obra la realizo en etapas, que podría calificar de compulsivas; después me
alejo del trabajo por días y hasta por semanas, para rehabilitar así mis
fuerzas. Considero mi obra sin influencias conscientes de otros pintores, Hay
quienes trabajan evocando los cuadros de aquellos que admiran; yo evoco, más
que nada, aquellas cosas vividas que me han afectado; no soy pintor de
actualidades, soy pintor, más bien, de recuerdos. Mi obra, vuelvo a repetirlo,
es el resultado de experiencias vividas; mi trabajo es fluido, espontáneo, pero
doloroso. Me imagino que es algo parecido a lo que acontece al sicoanalizado en
el sofá del siquiatra. Cuando empecé a estudiar pintura, a los catorce años de
edad, tenía una gran facilidad para el dibujo y, a veces, pienso que la
habilidad pudo perderme. Pero cuando a los dieciocho me lancé a las calles con
una actitud un tanto literaria, en busca de temas que me los habían sugerido
las lecturas de Dostoievsky, por ejemplo, la realidad me hirió tanto, que perdí
la habilidad. El tema se imponía: las prostitutas de la calle del Órgano; los
enfermos del Hospital Morelos; las adivinadoras de la calle de Tacuba; los
niños macrocefálicos del puente de Nonoalco; los locos del antiguo Manicomio
General, se presentaban con todo su drama circunstancial, y yo me olvidaba de
que sabía dibujar y reinventaba formas plásticas alejadas de la Academia. Mi problema
era lograr una síntesis del dolor. Cuando después he vuelto a ver las obras de
esa etapa, las encuentro llenas de sinceridad. Y en defensa de mi obra podría
decir que es una exposición legítima, genuina, que va más allá de los intereses
puramente plásticos. Por eso estoy de acuerdo con Alejo Carpentier, que, cuando
se refería a mi obra, le molestaba usar el término plástica.
–¿Y qué tienes que decirme ahora de José Luis Cuevas hombre?
–Mira, aunque pueda parecer mentira y algunos piensen que esto que voy a
decir es un truco publicitario, yo quiero en esta entrevista que tú me haces,
en esta conversación de amigos- pues se puede ser amigo de alguien en cinco
minutos y abrirle de repente el corazón de par en par- despojarme por completo
de cualquier vestimenta que resulte provechosa para la publicidad; quiero dejar
a un lado el mito Cuevas que yo mismo (lo confieso) he ayudado a crear. Aquí
contigo, quiero ser tan sincero como cuando en la soledad, frente a un espejo,
pinto mis autorretratos. De José Luis Cuevas hombre voy a decirte que es una
persona insegura, de tal modo que, a veces, al inaugurarse algunas de sus
exposiciones- hablo de mí desde fuera, hasta donde me es posible- se encierra
en un cuarto, con fiebre, que podríamos calificar de “sicosomática”. Recuerdo
una vez en que José Luis Cuevas, hace de esto algunos años, en un hotel de
Nueva York, en el que se había encerrado durante la inauguración de una muestra
de sus cuadros, de pronto, estando febril en la cama, comenzó a observar,
aterrado, grandes ronchas que le brotaban de los brazos y las piernas. En esta
situación, llegó a verlo uno de sus amigos –este amigo al que me refiero, gran
amigo, era Mathías Goeritz, que acababa de dejar la galería donde se presentaban
mis obras –y le anunció, con alegría, que la exposición era un gran éxito. José
Luis Cuevas, al oír esto, sintió, como por encanto, que la fiebre le había
desaparecido, en tanto que comenzaron también a desaparecer las ronchas de su
piel y en unos minutos estuvo completamente sano de cuerpo y alma…Pero hablemos
ahora, Juan, de otros aspectos de José Luis Cuevas. Por lo pronto, te diré que
es un gran amigo de sus amigos, y nadie podrá decir que lo ha traicionado,
aunque, como exige la misma lealtad, es implacable con aquellos que lo
traicionan. A José Luis Cuevas le aterran los viajes por avión o carretera; no
obstante, los realiza con frecuencia por
necesidades de su profesión. Le preocupa constantemente la idea de la
muerte, y en eso es muy español, muy unamunesco. José Luis Cuevas es católico y
admira a Juan XXIII; se considera, además inculto en cuestiones de política,
arquitectura, medicina e historia patria. Nunca lee nada sobre estas
disciplinas; en cambio es un lector constante de obras de ficción: poesía,
novelas, cuentos y un fanático del cine. Por otro lado, se sorprende cuando lee
en los periódicos semblanzas de su persona. Las gentes se equivocan siempre al
juzgarlo; lo presentan como petulante, ensoberbecido por el éxito y algo
paranoico. Lo juzgan más que nada, por lo que revela a través de la televisión.
Pero José Luis Cuevas nunca ha pretendido proyectar esas características que le
achacan; busca sobre todo la comunicación, y de ahí que acepte la publicidad.
José Luis Cuevas, al contrario de lo que dicen, casi nunca sale a la calle, no
frecuenta la llamada Zona Rosa, como comúnmente se cree. Su mundo está dentro
de esta casa, aquí trabaja, lee y piensa. Inclusive salir le angustia; depende
en mucho de Berta, su esposa, que es quien maneja su auto. Cuando tiene que
hacer alguna diligencia y no cuenta con ella, la aplaza. José Luis Cuevas es
poco afecto a los taxis o a los camiones; piensa mucho en su casa nueva, en
construcción, que será una especie de mausoleo, del que le será más difícil
salir. Las únicas salidas de José Luis Cuevas en México son al aeropuerto para
tomar un avión que le lleve fuera de su país, a veces, le resulta aterrador, la
calle lo enferma; siente la atmósfera contaminada de polvo y humo, y esto le
hace enfermar de la garganta; su comunicación con el exterior la lleva a cabo,
principalmente, a través del teléfono, que siempre está ocupado, y también por
medio de las continuas visitas que recibe a lo largo del día; estas visitas
suelen ser, en su mayoría, de periodistas o turistas americanos. Así es, más o
menos, como vive José Luis Cuevas hombre.
–Bien. Otra pregunta. ¿Es verdad, como aseguran, que te molesta
grandemente la pintura mexicana?
–No podría decir que la pintura
de México me molesta; más bien soy indiferente a ella. Frecuento las galerías
de México únicamente cuando se trata de exposiciones de pintores amigos, y
éstos son muy pocos. Podría mencionarlos: Mathías Goeritz, Ricardo Martínez,
Alberto Gironella, Messeguer, Gassi y Vicente Rojo. Las obras de los demás me
parecen tan sólo un pálido reflejo de lo que pasaba en el mundo del arte hace
diez años. Los pintores de mi país, en su mayoría son conformistas y solemnes;
carecen del más elemental sentido del humor, y su ambición es pertenecer al
oficialismo. Casi todos los artistas de mi generación son pobres de espíritu,
timoratos; hacen un fuerte contraste con los escritores; esos sí son, casi
todos, amigos míos; son brillantes y lúcidos. Pero, volviendo a los pintores,
ahí tienes el caso de Rufino Tamayo; pudo haber representado para nuestra
generación lo que Octavio Paz representa; sin embargo, se dejó adormecer por
las “músicas dormidas” del Palacio de Bellas Artes. Tamayo con su pipa, sus
canas y su chalet de San Ángel,
pertenece al “stablishment”. Aparece en las crónicas de sociales; pero
su pintura actual fracasa rotundamente. Cuando México lo mandó a representarnos
a Venecia, los pintores de vanguardia, en la ciudad de las góndolas, se
pasearon frente a los cuadros de Tamayo con pancartas que decían: “TAMAYO GO
HOME” (Tamayo, vete a tu casa). Como debes comprender, por lo que te he dicho,
la pintura mexicana no representa para mí una experiencia muy excitante.
–¿Es verdad, José Luis, que tu pintura es distorsionada?
–Desde luego que sí. Ya te decía que dejé la Academia hace tiempo. Soy
inventor de formas, aunque siempre parto de la realidad, y mi obra es tan
distorsionada como puede serlo la
escultura precolombina, el arte bizantino, la pintura del Bosco, la de Goya o
la de Picasso. Sin embargo, no distorsiono los sentimientos humanos. Lo que
pinto existe, como existe la enajenación o el crimen, la miseria o la
prostitución. Más que fotográfica, mi obra es de rayos X; mi pincel, pluma o
lápiz son instrumentos como el bisturí, con los que penetro lo externo, para
descubrir las entrañas de mis personajes; pinto sentimientos de hoy; por eso mi
obra, al margen de falsos malabarismos vanguardistas, siempre resulta actual o
vigente.
–¿Qué es más fácil, pintar o restaurar, copiar con exactitud o crear?
–Es interesante tu pregunta. Yo
creo que el verdadero artista, aun copiando, crea, porque el modelo pictórico
le servirá tan sólo de punto de partida. Ahí tienes a Picasso; copiando a
Ingres, haciendo variaciones sobre Velázquez o Delacroix, siempre es Picasso.
–¿Qué es la pintura para ti?
–La pintura es mi vocación, una vocación que nació antes de que
aprendiera a leer y escribir. Ya a los tres años de edad me tiraba en las
baldosas de la cocina para ilustrar, con carbón que robaba a hurtadillas del
fogón, las historias espeluznantes de aparecidos que me relataba mi nana. Jugar
y dibujar acompañaron mi niñez, vivida en esa vieja casa ubicada, casi
simbólicamente, en el “Callejón del Triunfo” y en los altos de una casa de
papel y lápices que se llamaba el “Lápiz del Águila”. Para mí, pintar ha sido
algo muy estrechamente ligado a toda mi vida; así que, cuando a los diez años
de edad enfermé de fiebre reumática, dibujé, como si se tratara de un diario,
los meses de agonía que pasé impedido. Pintar, para mí, es una necesidad
angustiosa, biológica, de la que no podré prescindir jamás. Quizás por eso no
tenga otros vicios, otras necesidades; pintar y amar son mis únicas y
verdaderas urgencias.
–¿Qué cuadro famoso te hubiera gustado pintar?
–Ningún cuadro famoso o, mejor dicho, ningún cuadro de otro artista me
hubiera gustado pintar, porque ese cuadro es el resultado de circunstancias y
necesidades ajenas a mi profundo yo.
–¿A qué pintores contemporáneos admiras más?
–Considero que Picasso es el pintor más grande que ha existido en toda
la historia de la pintura. Velázquez fue un genio; Rembrandt fue un genio; pero
Pablo Picasso es un monstruo de la naturaleza, en que se dieron cinco genios en
una sola persona, y esto es asombroso. Admiro también a Marcel Duchamp, a Paul
Klee, y a Max Ernst, quienes, con Picasso, representan los cuatro puntos
cardinales de la pintura del siglo XX.
–¿Te consideras un genio?
–El genio es un estado anormal, que es el resultado de ciertas taras
hereditarias. A veces, estas taras llevan a la criminalidad o al retraso
mental. El genio es la sublimación de la sífilis; la expresión más elevada de
lo anormal, y yo me considero lúcido, bien dotado, pero no genio, porque creo
que soy una persona normal.
–Confidencialmente hablando. ¿Consideras que tu Mural Efímero, como algunos creen, no fue más que una
tomadura de pelo?
–Yo nunca he tomado el pelo a
nadie, todo lo que hago es genuino. Mi Mural Efímero es parte de mi obra y
expresa una actitud frente a la vida. El devenir es angustioso, incierto, muchas calamidades nos asolan; los
más jóvenes no creen en los sistemas imperantes y, ante tales hechos, mi Mural
Efímero representa la actitud nihilista del intelectual de hoy. Ya no se puede
ser tan petulante como lo es Tamayo, que piensa en realizar obras permanentes;
obras que perduren. Casi todo el arte de nuestros días es efímero, está
realizado con materiales efímeros, y esto les preocupa muy poco a los
creadores. A mí, en lo personal me importaría un bledo que mi obra no
sobreviviera o fuera echada conmigo, toda íntegra, al hoyazo donde irá a parar
mi cuerpo físico cuando deje de gozar del sol y de respirar la delicia del
aire.
FOTOGRAFÍA TOMADA DEL BUSCADOR DE
Google.
panoramio.com
LA GIGANTA DE JOSE
LUIS CUEVAS.
–¿Cómo y cuándo nació “La
Maffia ”, grupo al que dicen que tú perteneces?
–“La Maffia
no existe como grupo; lo que pasa es que desde hace años así fuimos calificados
por nuestros detractores los jóvenes que estábamos transformando el ambiente
cultural mexicano. Los mafiosos somos aquellos que estamos contra el lugar común, al anquilosamiento, la solemnidad, el
nacionalismo exacerbado, etc…Los mafiosos representan una actitud nueva frente
a la cultura nacionalista. Carlos Fuentes, Fernando Benítez, [Carlos] Monsiváis
y yo hemos sido calificados como las eminencias grises – no tan grises- de la
llamada “maffia” e, incluso, se nos dedicó una infausta novela, que se llamó
precisamente a La Maffia y cuyo autor
es un olvidado escritor argentino que, si mal no recuerdo, se llamaba Che
Padula.
–Dime la verdad, ¿cuáles son tus
mayores defectos?
–Bueno, bueno, mi mayor defecto es no conocer a la perfección la
ortografía; cometo demasiados errores cuando escribo cartas o artículos. Otro
defecto está en el hecho de no gustar de los papeles finos de dibujo.
Generalmente uso, con gran alarma de las galerías, papeles baratos. Y, ah, me
satisface más, mucho más, un pincel usado, con pocas cerdas, que un flamante
pincel de ciento cincuenta pesos. Tengo otros muchos defectos, pero de esos me
he enterado por los ataques de mis insidiosos enemigos.
–Ahora dime, ¿Cuáles son las mayores virtudes de José Luis Cuevas?
–Amigo mío, las virtudes de José Luis Cuevas son tantas, que nos
llevaríamos muchas horas en enumerarlas.
–¿Qué libros estás leyendo?
–Últimamente me he estado poniendo al día en la novelística
latinoamericana. Hay muchas cosas que por falta de tiempo no había podido leer
y que me habían recomendado mis amigos. Por ejemplo Paradiso, de [José]
Lezama Lima, y Cien años de soledad, de [Gabriel] García Márquez. Sin
embargo, los escritores latinoamericanos que más admiro son: Carlos Fuentes,
Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa.
–¿Te gusta la música?
–Nunca escucho música. No tengo ni cultura musical, ni oído, ni
sensibilidad para la música.
–¿Qué piensas del mundo futuro? ¿Tienes fe en el mundo de ahora?
–Creo que los jóvenes de hoy, con su rebeldía y su inconformidad, harán
un mundo mejor que el que nosotros conocemos. La izquierda y la derecha no
supieron encontrar la fórmula adecuada.
–¿Y qué piensas de la muerte?
–De la muerte pienso siempre sin filosofías. Siempre pienso en ella:
pienso en que soy mortal; pienso en la agonía; pienso en que dejaré de existir;
pienso en lo terrible que es la muerte. Viajo y me aterro porque el avión puede
provocar la muerte, o la carretera, o la caminata callejera. Rehúso la
mantequilla, porque tiene colesterol, propiciatorio de los infartos; leo
ansioso los periódicos, en busca de la noticia tranquilizante: algún
descubrimiento que cure el cáncer. Temo y temo las enfermedades y, acaso por
ello, rehúyo los estimulantes. Trabajando, expreso mi diaria angustia de la
muerte, pero trabajo porque es la forma más adecuada para sentirme vivir.
–¿Eres triste o alegre?
–Padezco de periódicas depresiones, debidas a hechos reales. Por
ejemplo, la construcción de mi casa, interminable, angustiosa, infinita, me ha
sumido en tristes cavilaciones. Esa casa, créeme, la necesito, como mis
pulmones necesitan del aire, pues en ella tendré mi primer estudio y podré
hacer esculturas y obras de gran aliento. Tengo necesidad, tengo necesidad de
esa casa… Los arquitectos no me entienden y me tratan como a un cliente común,
como a un señor industrial, como a un empleado de banca. ¡Y yo que creía que
los arquitectos eran artistas, que los arquitectos eran creadores!
–Bueno, José Luis, no te amargues el día. Olvidemos eso. ¿Es verdad lo
que te oí decir a poco de entrar en tu casa, que muy pronto saldrá en México
una marca de cigarrillos que se llamará José Luis Cuevas?
–Si, hombre, es verdad- Cuevas parece olvidar su casa nueva-.
Efectivamente, me han llamado para preguntarme si aceptaría dar mi nombre a una
nueva marca de cigarrillos. Los publicistas que me propusieron esta idea
estaban algo temerosos de que me fuera a ofender, y se asombraron cuando vieron
que recibía la propuesta con regocijo. Imagínate tú los ataques que recibiré si
este proyecto se lleva a cabo. Será regocijante. Ya me imagino los reclamos
publicitarios: “Cuevas en la boca de todos los mexicanos; Cuevas se extingue en
pocos segundos; Cuevas con filtro y Cuevas sin filtro; Cuevas quemándose;
Cuevas efímero; Cuevas ceniza…”
–Mira, José Luis, es de noche ya. Me gustaría estar aquí hasta que
llegaran las claras del día, pero tengo que irme. Mil gracias.
FOTOGRAFÍA TOMADA DEL BUSCADOR DE
Google.
mazatlaninteractivo.com.mx
José Luis Cuevas
is a Mexican artist and was one of the first to
challenge the then dominant Mexican muralism movement as a
prominent member of the Generación
Ruptura. He is a mostly self-taught artist, whose styles and influences are
moored to the darker side of life, often depicting distorted figures and the
debasement of humanity. He has remained a controversial figure throughout his
career, not only for his often shocking images, but also for his opposition to
writers and artists who he feels participate in corruption or create only for
money. In 1992, the José
Luis Cuevas Museum was opened in the historic center of Mexico City holding many of his work and
his personal collection of art.