ILUSTRACIÓN ELABORADA POR: Fernando
Emilio Saavedra Palma.
IGNACIO LÓPEZ TARSO
Entrevista por: Juan Cervera Sanchís.
El
actor
No
hay cosa más difícil que conversar con un actor en su camerino. Y nosotros,
para nuestra desgracia, nos vimos obligados a platicar con Ignacio López López,
mientras se disfrazaba de López Tarso, en uno de los camerinos del teatro
Hidalgo.
López
López es un hombre muy amable y accesible. Tiene la palabra fácil y el don de
atender tres o cuatro conversaciones a un tiempo, al tiempo que se maquilla.
Andaba en eso del maquillaje, es decir, con lápices y lápices frente al espejo.
Como pudimos, entramos en conversación.
–Y
bien, creo que me toca a mí hablar.
–
¿Cómo? –interrogó alguien.
–Eso, y mirando a López
Tarso le preguntamos: – ¿Desde cuándo se dedica usted a la actuación?
–Yo
descubrí mi vocación ya tarde.
Alguien
aquí nos interrumpe y le pregunta al actor por unas piernas negras.
–Unas
piernas negras, unas piernas negras –tartamudea López Tarso.
–Sí,
es que vamos a poner una obra para niños y…
En
fin, lo de las piernas negras parece que se ha arreglado. Un joven de aspecto
nervioso se va. El camerino está lleno de gente. Dos muchachas extranjeras, un
individuo corpulento y barbudo, una señora mexicana y los que entran, salen, se
quedan y dejan el qué sé yo y el no se qué. Para colmo mi pluma no tiene tinta.
–Vaya
–nos dice López Tarso y nos ofrece unos cuarenta bolígrafos de a dos pesos.
Tomamos uno y empezamos a escribir.
–Usted
nos decía que descubrió su vocación algo tarde.
–Sí,
sí, –nos responde el actor mientras se marca las líneas de la frente –. Empecé
el año de 1950 en la Academia
de Arte Dramático.
–Y
antes, ¿qué hizo usted?
–Vagar
y vagar. Vine, fui y no estuve, estando, en no sé cuántas partes.
–¿Como
cuáles?
–Hombre,
en muchas. Durante un par de años fui bracero en los Estados Unidos y luego
estuve en el ejército. Bueno, ya no me acuerdo de las cosas que no hice ni de
las que hice. Pero hice y deshice mil y una cosas, buscándome a mí mismo, pues
ahora sé que ese era el objetivo de todo aquel desorientado destrajinar.
Alguien llega con unos recibos.
Suponemos que no son de la luz ni del teléfono. López Tarso los revisa y da
soluciones. Las muchachas extranjeras están muy serias, tal como si
estuviéramos en un velorio de una funeraria de quinta categoría.
Para
romper la solemnidad le pregunto a López Tarso:
–
¿Cuánto cobró usted por su primera película?
–Veinte
mil pesillos.
–Para
ser la primera, no estuvo mal.
López
Tarso sonríe y sigue sonriendo astutamente cuando le volvemos a preguntar:
–
¿Y cuánto ha cobrado por la última?
–Por la última, por la
última –finge tener mala memoria –. A ver, a ver –hace la cuenta de la vieja
moviendo sus dedos –. Bueno, mi última película ha dado en tres semanas cuatro
millones, y yo sólo cobré unos modestos miles de pesos.
–Ozú,
mi madre –exclamamos.
–
¿Qué dice usted? –nos pregunta López López con cara de López Tarso diciendo un
corrido.
–Eso,
que vaya tela, ¿eh?
Y
López Tarso se ríe y nos pregunta de dónde somos. Cuando lo sabe dice:
–Ya, ya.
–Bien,
dejemos ahí el carro y vamos al trigal, es decir, al asunto que nos ha traído.
¿Cuáles son los problemas más serios que ha encontrado usted en su carrera
artística?
–Hasta
este momento, en lo que respecta al teatro, los problemas más serios con los
que me he encontrado han sido la falta de apoyo oficial y, en el cine, la falta
de calidad. Si yo fuera un comediante de tantos no tendría esos problemas, pero
aunque sea falta de modestia por mi parte, he de decir que no soy uno de esos,
de ahí…
–Entendido.
Y ¿cómo ve usted el cine mexicano?
–Desgraciadamente
cada vez más malo, pues cada día que pasa se hacen menos películas y de menos
calidad. Pero es un problema que
espero se solucione pronto, ya que desde el licenciado Emilio Rabasa para acá
ha mejorado algo. No quiero decir que todo el cine mexicano sea malo, pero…
Bueno se ha hecho una buena película, creo yo, cada dos años. Digo buena,
aunque mejor sería decir digna de verse. Ahora espero, tengo mucha fe en que
todo siga mejorando en bien del cine mexicano, pues Rodolfo Echeverría es un
hombre que conoce a fondo los problemas de nuestro cine y sé que quiere hacer
algo positivo.
– ¿Cuál cree
usted que ha sido, hasta ahora, la mejor época del cine mexicano?
–La mejor fue
aquella en que descollaron Emilio Fernández, Gabriel Figueroa, Pedro
Armendáriz, María Félix, Dolores del Río… Entonces fue cuando tuvo proyección
internacional, pero hoy… Bueno, ahí está lo que es y a la vista de todos.
– ¿Dónde le
gusta a usted más actuar, en la escena o ante las cámaras?
–Me gusta
actuar en todas partes, pero prefiero el teatro. Yo soy un actor eminentemente
teatral, amo el teatro, aunque es un pésimo negocio.
– ¿Qué son para
usted los corridos?
–Es una
expresión popular por la que yo siento una especial predilección. Yo, antes de
ser actor, ya gustaba de decirlos, pues como no sé cantar, al decirlos, era
como si cantara las hazañas del pueblo. Me gustan, me gustan mucho.
– ¿Con cuál
personaje se identifica usted mejor, con este Adriano V11 en el que se está
convirtiendo, o con Pito Pérez?
–Los dos son
muy distintos e interesantes. Cada uno tiene su porqué y cada uno, por sí
mismo, me gusta, aunque no tengan puntos de contacto. Aunque creo que cada uno
de ellos lo mejor que tiene es lo que tiene de mí, lo que yo he puesto en
ellos, la vida y la sangre que al representarlos les he dado.
– ¿Qué es para
usted el teatro clásico?
–Para mí y para
todo el mundo, es lo que es, algo que aún no ha sido superado por los autores
modernos, por ninguno de ellos. Sófocles y Esquilo siguen siendo
extraordinariamente actuales. Son autores vivos, cuando tantos autores que
viven están de antemano muertos. Y como actor le diré que son la mejor escuela
para el aprendizaje de la actuación. Sí, claro que sí, hay que tenerlos
presente como el agua y el pan de cada día, y deberían ser representados con
mucho, con mucho más –enfatiza López Tarso –frecuencia de lo que lo son.
– ¿Quién es
López Tarso en la vida real?
–López Tarso, en la vida real, no existe,
porque López Tarso es solamente en su vida pública, es decir, como actor, pues
de otra manera yo no existo. No sé ser sino actor. Así fue cómo Ignacio López
López murió un día para que sólo existiera López Tarso, aunque, claro está,
también exista por ahí, y él sabe dónde, López López; pero eso, aquí y ahora,
no importa, como tampoco quiero yo que le importe a nadie, ¿estamos?
–Estamos.
¿Qué libro está leyendo López Tarso?
–Estoy
leyendo una estupenda adaptación de “Madre Juana de los Ángeles”*.
–
¿Quién es el autor de esa obra?
–Ujule,
eso es muy difícil, tiene un nombre rarísimo y yo soy pésimo para los idiomas;
sólo puedo decirle que es polaco.
–Vaya,
se juntó el hambre con las ganas de comer, porque un servidor, cuando dice
alguna palabra en lengua foránea, no hay Dios que lo entienda.
Las
señoritas extranjeras que nos escuchan están muy serias. El resto del
respetable se echa a reír. Nosotros, como el que oye llover, seguimos la
retahíla.
–
¿Qué odia López Tarso?
–Odia
el desorden, la anarquía.
– ¿Qué ama?
–Todo lo opuesto al
desorden y a la anarquía.
– ¿A qué aspira
López Tarso?
–López
Tarso quisiera ser el mejor actor del universo.
– ¿Del
universo?
–Así es, mano.
–
¿Y quién cree López Tarso que ha sido o es el mejor actor del mundo?
–Para
López Tarso, el mejor actor del mundo ha sido un ruso cuyo nombre apenas si sabe pronunciar. Fue aquel actor
que hizo Iván el terrible y Don Quijote. A ese actor es a quien yo admiro más entre todos los que han sido
y son. Era maravilloso, increíble. No, no creo que haya tenido igual.
–
¿Podría usted hablarnos de los defectos de López Tarso?
–Son
muchos, demasiados quizá. Pero algunos le han sido muy provechosos, tales, por
ejemplo, como la vanidad y el egoísmo.
–Y
las virtudes de López Tarso, si es que las tiene, ¿cuáles son?
–Bueno,
mano, mira, yo no creo conocerme a fondo para hablar de eso y, cuando ignoro
algo, cuando se trata de algo que no conozco bien, prefiero cerrar el pico para
no meter la pata. Así que dejemos eso ahí, y si tengo virtudes, que las
pregonen otros que me conozcan mejor que yo en ese terreno.
–De
acuerdo. Ahí muere. Pero ahorita no se me eche para atrás y dígame sin que le
estorbe la salivilla en la punta de la lengua, ¿cree López Tarso que López
Tarso es el mejor actor que hay en México?
–López
Tarso está dispuesto a creerlo todo y a no creer nada. Y eso que usted me pregunta,
pues, la verdad, no sé si creerlo o no. Pero tengo entendido que algunos lo
dicen por ahí y eso no quiere decir que sea yo el que lo diga. Lo dicen los
otros, y si lo dicen… ellos sabrán por qué lo dicen, ¿no?
–Pues
sí.
–Pues eso, son rumores y la
verdad sea dicha no me molestan esa clase de rumorcillos en torno y alrededor
de López Tarso.
–Pues
que sigan. ¿No?
–Sí,
hombre, claro, que sigan y sigan y a ver a dónde llegan.
–Eso
es.
–Olé
ahí. Pero aclararemos que yo no digo nada y sólo soy un profesional que trata
de ser consecuente con su trabajo, haciendo todo lo posible por mejorar cada
día y en cada actuación.
–Cómo
debe ser.
–Exacto.
–¿Es López Tarso supersticioso?
–No.
–Entonces cabe
la pregunta.
– ¿Qué
pregunta?
–Esta: ¿Qué
piensa López Tarso de la muerte?
–¡Jijo!…
–Alto ahí,
manito, y responde a mi pregunta.
–Bueno, la
contestaré diciendo que no me gusta pensar en esas cosas.
– ¿Y no que
no…?
–Ande, ande y
pregunte cualquier otra cosa.
–Bueno, si
usted lo manda.
–No es que…
–Ya entiendo.
Bien, ¿qué me dice del amor?
–Del
amor… Bueno, depende de cómo uno entienda el amor. En realidad, lo que puedo
decirle es que yo nunca he estado enamorado, a no ser, y eso sí, de mi
profesión.
–
¿Qué ideas políticas tiene López Tarso?
–Bueno,
yo tengo ideas políticas, porque soy hombre, y soy hombre antes que nada. Pero…
–
¿Qué?
–Que ahí la
dejamos. ¿Le parece?
–Hombre… En
fin. Bueno. ¿Ideas religiosas?
–Ideas
religiosas… Lo que tengo, en realidad, es una vida personal que quiero conservar
así. Entiendo que un actor debe tener su vida privada; es un ser humano y hay
cosas que uno no debe decir sino entre sus amigos y no en público, a no ser que
llegue la ocasión y, como todo el mundo, se vea obligado a sacarlas por fuera a
la calle.
–Vale. ¿Dónde
nació usted?
–Aquí en el
Distrito Federal.
¿Quiénes
era sus padres?
–Alfonso López
e Ignacia López.
– ¿A qué se
dedicaban?
–Mi madre a las
labores propias de su casa, y mi padre ocupaba un puesto militar.
– ¿Está usted
casado?
–Sí.
– ¿Cuántos
hijos tiene?
–Tres, dos
niñas, una de dieciocho y otra de doce, y un niño de ocho.
–
¿Descansó?
– ¿De qué?
–De mi
interrogatorio.
– ¿Cómo?
–Pues estas
preguntas no eran difíciles.
López Tarso se
ríe y mueve la cabeza como diciendo: “Vaya pelmazo que me ha caído”.
–Bueno –no lo
quiero dejar que piense –. ¿Qué obras que no haya hecho le gustaría hacer?
–Ricardo 111, de Shakespeare, y Prometeo.
FOTOGRAFÍA TOMADA DEL BUSCADOR DE Google.
es.wikipedia.org
William Shakespeare (Stratford-upon-Avon, Warwickshire, Reino Unido c. 26 de abril de 1564jul. – ibídem,
23 de abriljul./ 3 de mayo
de 1616greg.)[1]
fue un dramaturgo,
poeta y actor inglés.
Conocido en ocasiones como el Bardo de Avon (o simplemente El Bardo),
Shakespeare es considerado el escritor más importante en lengua
inglesa y uno de los más célebres de la literatura universal.[2]
La New Encyclopædia Britannica señala que
"muchos lo consideran el mayor dramaturgo de todos los tiempos. Sus piezas
[...] se representan más veces y en mayor número de naciones que las de
cualquier otro escritor".
Las obras de Shakespeare han sido traducidas a
las principales lenguas y sus piezas dramáticas continúan representándose por
todo el mundo. Además, muchas citas y aforismos de sus obras han pasado a
formar parte del uso cotidiano, tanto en el inglés
como en otros idiomas. Con el paso del tiempo, se ha especulado mucho sobre su
vida, cuestionando su sexualidad, su afiliación religiosa, e incluso, la autoría de sus obras.
–Me ha dicho
usted que es muy aficionado a la poesía ¿Qué poetas mexicanos prefiere?
–Prefiero a
Octavio Paz y a Carlos Pellicer. Y también a Xavier Villaurrutia. Este último
fue mi maestro de teatro y aprendí mucho a su lado.
– ¿Hará
próximamente una nueva película?
–Es posible que
haga, junto a Dolores del Río, la obra de Sergio Magaña “Los motivos del lobo”;
aún no hay nada seguro, pero por ahí anda la cosa, pues “arrieros somos y en el
camino andamos”.
–Pues a
caminar.
–Qué remedio.
Y aquí sonó el
timbre, la tercera llamada, y López Tarso se cambia de pantalones a todo
correr. Nosotros, disimuladamente, le robamos un par de [bolígrafos, llamados
plumas] atómicas sin que se dé cuenta, por si las moscas, pues tenemos todavía
qué entrevistar a otro personaje. Y pies para que os quiero.
FOTOGRAFÍA
TOMADA DEL BUSCADOR DE Google.
revistaactual.com.mx
Ignacio López Tarso (nacido Ignacio
López López el 15 de enero de 1925) es un actor mexicano de teatro, cine y televisión.
Se le considera como uno de los más grandes histriones
de México [cita
requerida]. Nació en la Ciudad de México, en una casa de la calle de Moctezuma, cerca del
santuario católico de la Villa
de Guadalupe. Sus padres fueron
Alfonso López Bermúdez e Ignacia López Herrera. También vivió su infancia en
varios lugares de la república mexicana tales como Veracruz, Hermosillo, Navojoa y Guadalajara, todo esto por asuntos de trabajo de su padre quien
se desempeñaba en el servicio de correos. Sus hermanos se llaman Alfonso y
Marta.
Precisamente en
Guadalajara, mientras vivía en el barrio de Analco, Ignacio López tuvo su
primer contacto con el mundo artístico, cuando tenía ocho o nueve años. En esa
ocasión fue llevado por sus padres a ver una función de teatro de carpa. El
niño quedó impactado al ver cómo se apagaba la luz, se abría el telón entre la
oscuridad y sólo quedaba iluminado el escenario además de quedar como
hinoptizado al observar cómo se desarrollaba la obra. Ese periodo de privación
duró hasta que terminó la obra, se volvieran a encender las luces y regresar a
la realidad dándose cuenta otra vez que estaba sentado entre sus dos padres. La
descripción anterior sobre lo ocurrido en aquel teatro de carpa, el propio Ignacio
López la ha hecho repetidas veces a lo largo de su vida, porque quedó muy
marcado en su memoria. Esa experiencia infantil de éxtasis vivida en esa
función de teatro, sellaría de este modo el destino de Ignacio López.
También vivió en Valle de Bravo,
Estado de México donde estudió la secundaria. Los problemas económicos
de sus padres impidieron que Ignacio ingresara a una escuela para continuar sus
estudios superiores. Debido a lo anterior, un sacerdote le recomendó ingresar
al seminario para que así pudiera continuar con su educación.
No habiendo otra
opción y sin vocación al sacerdocio pero con el deseo de seguir estudiando,
Ignacio López ingresó en el Seminario Menor de Temascalcingo,
Estado de México. También estuvo en el Seminario Conciliar de México en Tlalpan,
Ciudad de México. Abandonó el seminario debido a la ya mencionada falta de
vocación para ser sacerdote.
A los veinte años
de edad tuvo que cumplir con el servicio militar y estuvo en cuartel más de un
año en Querétaro, aunque también estuvo en los regimientos de Veracruz y Monterrey.
Logró obtener el grado de Sargento Primero. Al terminar su servicio militar, un
general le dijo que tenía madera para ser militar destacado y le ofreció su
apoyo para ingresar al Colegio Militar, pero Ignacio López después de pensarlo
descubrió que esto no era su vocación y así terminó su aventura militar.
En la Ciudad de
México trabajó como agente de ventas de una empresa fabricante de ropa de
mezclilla, pero seguía teniendo problemas económicos, por lo que buscaba otra
opción para mejorar su situación. Esa opción lo encontraría en unos amigos
quienes lo animaron diciéndole que si se iba con ellos a los Estados Unidos
a trabajar como braceros en la cosecha de uva y naranja en California,
ganarían mucho dinero. Con esa ilusión, él y sus amigos se inscribieron en el
convenio México-Estados Unidos, el cual les auspició el trabajo en California.
El sueño de Ignacio López no era radicar en Estados Unidos, sino trabajar una
temporada y regresar a México cargado de muchos dólares. Estando ya trabajando
en un naranjal del condado de Merced, California y trepado de un alto naranjo,
resbala y cae de espaldas encima de unas cajas, lastimándose seriamente su
espina dorsal quedando casi paralizado. Esto provocó su triste regreso a México
por tren. En vez de venir cargado de muchos dólares, vino cargado de muchos
dolores, con medio cuerpo enyesado y con tan sólo 20 dólares en el bolsillo. En
la Ciudad de México tuvo que seguir un tratamiento y guardar reposo para su
recuperación, durante un año aproximadamente.
Después de su
recuperación, López Tarso ingresó en 1949 a la Academia de Arte
Dramático del Instituto
Nacional de Bellas Artes (INBA), que
en aquel tiempo era la única escuela de teatro en el país. Por aquel entonces
su padre le dijo –quizá en tono de broma- que los dos más grandes errores que
iba a cometer en su vida eran casarse y ser actor. Pero Ignacio además de ser
actor, se casó y lo hizo con Clara Aranda y tuvieron tres hijos: Susana,
Gabriela y el también actor Juan Ignacio, mejor conocido en el medio artístico
como Juan Ignacio Aranda.
López Tarso
también ha incursionado en la política y fue diputado federal. También ha
ocupado cargos importantes de organizaciones tales como la Asociación
Nacional de Actores (ANDA), de la
Asociación Nacional de Intérpretes (ANDI) y del Sindicato de Trabajadores de la
Producción Cinematográfica (STPC). Es miembro honorario del Seminario
de Cultura Mexicana.[1
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