ILUSTRACION ELABORADA POR: Fernando Emilio Saavedra
Palma.
SANTA TERESA DE JESÚS, SU
POESÍA…
Autor: Juan
Cervera Sanchís.
El
espíritu religioso en la poesía se ha manifestado de muy diversas maneras.
Así,
mientras algunas voces se arroban ante lo divino y otras se alzan para
increparlo, las hay, como es el caso de Teresa Cepeda Ahumada, más conocida
como Teresa de Jesús, impacientes por traspasar la barrera que separa la vida
de la muerte y, por fin, poder ver a Dios.
Santa
Teresa de Jesús, en su poesía, está nerviosa por llegar y es tal su prisa por
alcanzar el divino objetivo que no duda en manifestarlo:
“Vivo sin vivir en mí,
Y tan alta vida espero,
que muero porque no muero”
La vida
para un espíritu tan incendiado por el fervor y donde no había la más mínima
sombra de titubeo respecto al reino del Señor debió ser en sí bellísimo, porque
es bello el vivir en la absoluta convicción y confianza de que nos espera lo
maravilloso en el más allá.
Lógica
era, pues, la vehemente ansiedad de Teresa de Ávila, convencida como estaba, de
que tras la aventura físico-química, que llamamos vida, le aguardaba la más
hermosa e incorruptible de las aventuras: la del alma eterna ebria al fin del “licuor”
divino.
Claro es
que de ninguna manera la Santa podía hacer nada para acelerar la marcha en pos
de tan cautivadora meta, por pesada y dolorosa, y no poco lo fue su vida, que
le fuera su estancia terrena, debería esperar la divina decisión para emprender
el supremo viaje, tan anhelado.
Aquella mujer,
que tan certeramente ha sido llamada “ebria de Dios”, “corazón en llamas”, “huracán
patético”, a la espera del inconmensurable reencuentro con el Creador viaja por
las tierras de España fundando conventos y casas de oración, como profesa de
las Carmelitas de la Encarnación, pero toda aquella actividad externa no
llenaba su sangre iluminada por la sed de lo divino, tan rebosante de poesía.
Nacida en
1515 y muerta en 1582 siente la vida es una eternidad, algo que no termina y
que ella ansía ver terminada, porque está convencida absolutamente que todo
cuanto en verdad importa en realidad se halla después y no aquí y ahora en este
antes expiatorio. Es por eso que no puede evitar decirnos en su poesía:
“¡Ay! ¡Qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos fierros
en que el alma está metida!
Para Teresa
de Ávila la vida es una prisión del alma y sueña con la salida, con la desesperación
desesperad de la alondra silvestre recién enjaulada:
“Sólo
esperar la salida
me causa
un dolor tan fiero,
que muero
porque no muero.”
La iluminada
mujer ha entrevisto, eso nos confiesa en no pocas ocasiones con decidida
seguridad, la luz del reino, o parte de ella, desde el balcón interior de sus
visiones. El sabor de la vida de “allá arriba”, la atrae como un poderosísimo
imán, pero a la vez su chispa de divino níquel no puede escaparse de la celda
de la carne aún, pues no hay escapatoria posible si no es por la vía de la
muerte. Muerte que para ella significa la vida en su divina certeza:
“Aquella vida de arriba
es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.”
Se muere
Teresa de Jesús, rara y mística enfermedad, porque no muere. Y está convencida
segundo a segundo de que al morir revivirá miríficamente. No hay muerte para
ella, sino vida y más vida. Nos recuerda la metamorfosis del gusano de seda y
nos insinúa que somos larvas en proceso de una más alta vida:
“Vida, ¿qué pudo yo darle
a mi Dios, que vive en mí
si no es perderte a ti,
para mejor a Él gozarle?”
Sí, pues
por paradójico que parezca, únicamente perdiendo se gana… Lo auténticamente
prodigioso. Esto no es comprensible para la gente pragmática de nuestro tiempo,
que supone saberlo todo y que parece más confundida que nunca, pero para Teresa
de Ávila era lo más natural del mundo. Su fe sí movía montañas y, movida por su
fe, cantaba:
“Quiero muriendo alcanzarte,
pues a Él es el que quiero,
que muero porque no muero”
Teresa no
quiere nada más porque lo quiere todo. El alma mística es la más ambiciosa de
las almas y únicamente aspira a fundirse con el Creador. Todo lo de más es
secundario y pasajero. El místico se niega a entregarse a lo corruptible y la
vida humana es corruptible, visión pasajera, forma cambiante, y mucho peor:
cárcel de la genuina criatura que el místico concibe y asegura que somos y
denomina alma: “Sólo el alma de Dios”. Es por eso que la Santa de Ávila
exclama:
“Lástima tengo de mí,
por ser mi mal tan entero,
que muero porque no muero”
Lástima siente
por su vida terrenal… Que parece durar demasiado, tanto que llega a creer que
nunca acabará y, por la prisa viene y va trabajando y cantando, llorando y
riendo, viviendo y muriendo y siempre ardorosamente enamorada de su único y
hermoso amante, de su invención suprema, tan real en todo instante para sus
ojos, para los ojos del que sabe mirar desde la hondura y la altura de la fe.
Santa Teresa es fe pura y, contra su impaciencia, es en sí y porque sí un corazón
feliz que canta:
“Dichoso corazón enamorado
que en sólo Dios ha puesto pensamiento,
por Él renuncia a todo lo creado,
y en Él halla su gloria y su contento”
Su gloria y su contento halla Teresa de Ávila, porque,
como ella ha dicho: “Quien a Dios tiene, nada la falta: sólo Dios
Basta.”
Le basta
Dios a Teresa para vivir su intensísima y hermosa vida, cargada de bellos y jugosos
frutos de amor. Impulsada por su fervor en lo divino no hay percance terrenal
que la doblegue. Nos deja su lección y por fin el 4 de octubre de 1582, en Alba
de Tormes, alza el vuelo. Muero. Sí, por fin muere Santa Teresa de Jesús y le hace
la vida…¿realidad? La vida soñada y tan vehemente deseada.
¿Se cumplirían
sus exaltados anhelos?
El misterio
permanece más allá de toda ciencia y toda creencia y frente al misterio sus
versos nos incencian:
“Cuando el dulce cazador
me tiró y dejó herida
en los brazos del amor,
mi alma quedó rendida;
y cobrando nueva vida
de tal manera he tocado,
que mi amado es para mí
y yo soy para mi Amado.”
Gran mística
y gran poeta Teresa de Jesús, que cobró nueva y alta vida aquel 4 de octubre de
1582, como todo lo que muere, pues todo lo que muere, a la vez que muere,
renace.
La creación
es en sí un constante renacimiento y, leyendo la poesía de Santa Teresa,
percibimos y compartimos ese constante y sorprendente y sorprendido renacer.
FOTOGRAFÍA TOMADA DEL BUSCADOR DE Google.
parroquiadeares.blogspot.com
Teresa
de Cepeda y Ahumada, más
conocida por el nombre de Santa Teresa de Jesús o
simplemente Santa Teresa de Ávila ( Ávila, 28 de marzo
de 1515 – Alba
de Tormes, 4 de octubre de 1582), fue una
religiosa, doctora de la Iglesia Católica, mística y escritora española,
fundadora de las carmelitas descalzas, rama de la Orden de Nuestra Señora del
Monte Carmelo (o carme
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