jueves, 27 de septiembre de 2012

JOSE LUIS CUEVAS ENTREVISTA POR: JUAN CERVERA SANCHIS.

ILUSTRACION ELABORADA POR: Fernando Emilio Saavedra Palma.
JOSE LUIS CUEVAS
ENTREVISTA POR:
JUAN CERVERA SANCHIS.
 
Cuevas efímero. Cuevas ceniza…
 
Cuevas es un hombre con muchos enemigos. Loado sea Dios. Cuevas es un hombre muy discutido. Cuevas es un hombre muy hombre y un pintor muy pintor. Cuando nos dirigíamos a su casa, bueno a la de sus padres, pues Cuevas construye una casa que, al parecer, va a durar más que una catedral medieval, lo cual lo obsesiona y desespera, pensábamos encontrarnos poco menos que con un payaso. Quizás habíamos oído por ahí despotricar a sus enemigos. Sin embargo, justo es confesarlo: nos habíamos equivocado. Por eso, después de hablar un rato con él, ya éramos amigos, y nos brotó el tú sinceramente.
–¿Es verdad lo que dicen por ahí, que eres un maniático de la publicidad?
–Yo creo en la publicidad porque la considero un medio efectivo de comunicación. Muchos me critican, piensan que uno no debe de salir de su hoyo, que con la publicidad se diluye o dispersa en perjuicio de la profundidad de su obra. Bien, yo creo que hay artistas introvertidos que necesitan del ostracismo, y otros, más extrovertidos, que requieren de la alharaca. Allí tienes el caso de Morandi, que se pasó toda la vida en su casa de Bolonia, con sus hermanas solteronas, mientras pintaba botellas, odió la publicidad, rehusó entrevistas; pero con esta actitud, obtuvo mucha prensa. Quizás el ostracismo desmedido sea también una forma de publicidad. Después de todo, yo creo que lo único que cambia es el procedimiento, el sistema. A mí me gusta hablar, dar   entrevistas y conferencias, pero eso sí, cuando trabajo no admito presencias dentro de mi estudio. No entiendo cómo Diego Rivera podía pintar mientras conversaba, o cómo Mathieu, el francés, puede pintar sus cuadros en las galerías y durante la apertura de sus exposiciones. Pero a lo que íbamos, te repito que creo en la publicidad y que no me parece, por otro lado, que ningún valor falso pueda ser sólo sostenido por ella.
–Bien ¿qué te parece a ti la pintura de José Luis Cuevas?
–Como puedes ver, sobre las paredes de mi casa, mejor dicho, de mis padres, porque la mía está en construcción- y no hay indicio de que la terminen- no hay ni una sola de mis obras. Yo te confieso que me resultaría imposible convivir con mi propia obra, y tan es así que, cuando entro en alguna galería que expone mis trabajos, me quito los anteojos- soy miope y no alcanzo a ver a cinco metros de distancia- para no ver mis obras. Sin embargo, cuando he visto mis trabajos, en algunas de las raras exposiciones retrospectivas que se le han dedicado, puedo juzgarlos- a distancia ya- como quien juzga actos de la infancia para los que ya se han perdido todo sentido de la responsabilidad. Mi obra la realizo en etapas, que podría calificar de compulsivas; después me alejo del trabajo por días y hasta por semanas, para rehabilitar así mis fuerzas. Considero mi obra sin influencias conscientes de otros pintores, Hay quienes trabajan evocando los cuadros de aquellos que admiran; yo evoco, más que nada, aquellas cosas vividas que me han afectado; no soy pintor de actualidades, soy pintor, más bien, de recuerdos. Mi obra, vuelvo a repetirlo, es el resultado de experiencias vividas; mi trabajo es fluido, espontáneo, pero doloroso. Me imagino que es algo parecido a lo que acontece al sicoanalizado en el sofá del siquiatra. Cuando empecé a estudiar pintura, a los catorce años de edad, tenía una gran facilidad para el dibujo y, a veces, pienso que la habilidad pudo perderme. Pero cuando a los dieciocho me lancé a las calles con una actitud un tanto literaria, en busca de temas que me los habían sugerido las lecturas de Dostoievsky, por ejemplo, la realidad me hirió tanto, que perdí la habilidad. El tema se imponía: las prostitutas de la calle del Órgano; los enfermos del Hospital Morelos; las adivinadoras de la calle de Tacuba; los niños macrocefálicos del puente de Nonoalco; los locos del antiguo Manicomio General, se presentaban con todo su drama circunstancial, y yo me olvidaba de que sabía dibujar y reinventaba formas plásticas alejadas de la Academia. Mi problema era lograr una síntesis del dolor. Cuando después he vuelto a ver las obras de esa etapa, las encuentro llenas de sinceridad. Y en defensa de mi obra podría decir que es una exposición legítima, genuina, que va más allá de los intereses puramente plásticos. Por eso estoy de acuerdo con Alejo Carpentier, que, cuando se refería a mi obra, le molestaba usar el término plástica.
–¿Y qué tienes que decirme ahora de José Luis Cuevas hombre?
–Mira, aunque pueda parecer mentira y algunos piensen que esto que voy a decir es un truco publicitario, yo quiero en esta entrevista que tú me haces, en esta conversación de amigos- pues se puede ser amigo de alguien en cinco minutos y abrirle de repente el corazón de par en par- despojarme por completo de cualquier vestimenta que resulte provechosa para la publicidad; quiero dejar a un lado el mito Cuevas que yo mismo (lo confieso) he ayudado a crear. Aquí contigo, quiero ser tan sincero como cuando en la soledad, frente a un espejo, pinto mis autorretratos. De José Luis Cuevas hombre voy a decirte que es una persona insegura, de tal modo que, a veces, al inaugurarse algunas de sus exposiciones- hablo de mí desde fuera, hasta donde me es posible- se encierra en un cuarto, con fiebre, que podríamos calificar de “sicosomática”. Recuerdo una vez en que José Luis Cuevas, hace de esto algunos años, en un hotel de Nueva York, en el que se había encerrado durante la inauguración de una muestra de sus cuadros, de pronto, estando febril en la cama, comenzó a observar, aterrado, grandes ronchas que le brotaban de los brazos y las piernas. En esta situación, llegó a verlo uno de sus amigos –este amigo al que me refiero, gran amigo, era Mathías Goeritz, que acababa de dejar la galería donde se presentaban mis obras –y le anunció, con alegría, que la exposición era un gran éxito. José Luis Cuevas, al oír esto, sintió, como por encanto, que la fiebre le había desaparecido, en tanto que comenzaron también a desaparecer las ronchas de su piel y en unos minutos estuvo completamente sano de cuerpo y alma…Pero hablemos ahora, Juan, de otros aspectos de José Luis Cuevas. Por lo pronto, te diré que es un gran amigo de sus amigos, y nadie podrá decir que lo ha traicionado, aunque, como exige la misma lealtad, es implacable con aquellos que lo traicionan. A José Luis Cuevas le aterran los viajes por avión o carretera; no obstante, los realiza con frecuencia por  necesidades de su profesión. Le preocupa constantemente la idea de la muerte, y en eso es muy español, muy unamunesco. José Luis Cuevas es católico y admira a Juan XXIII; se considera, además inculto en cuestiones de política, arquitectura, medicina e historia patria. Nunca lee nada sobre estas disciplinas; en cambio es un lector constante de obras de ficción: poesía, novelas, cuentos y un fanático del cine. Por otro lado, se sorprende cuando lee en los periódicos semblanzas de su persona. Las gentes se equivocan siempre al juzgarlo; lo presentan como petulante, ensoberbecido por el éxito y algo paranoico. Lo juzgan más que nada, por lo que revela a través de la televisión. Pero José Luis Cuevas nunca ha pretendido proyectar esas características que le achacan; busca sobre todo la comunicación, y de ahí que acepte la publicidad. José Luis Cuevas, al contrario de lo que dicen, casi nunca sale a la calle, no frecuenta la llamada Zona Rosa, como comúnmente se cree. Su mundo está dentro de esta casa, aquí trabaja, lee y piensa. Inclusive salir le angustia; depende en mucho de Berta, su esposa, que es quien maneja su auto. Cuando tiene que hacer alguna diligencia y no cuenta con ella, la aplaza. José Luis Cuevas es poco afecto a los taxis o a los camiones; piensa mucho en su casa nueva, en construcción, que será una especie de mausoleo, del que le será más difícil salir. Las únicas salidas de José Luis Cuevas en México son al aeropuerto para tomar un avión que le lleve fuera de su país, a veces, le resulta aterrador, la calle lo enferma; siente la atmósfera contaminada de polvo y humo, y esto le hace enfermar de la garganta; su comunicación con el exterior la lleva a cabo, principalmente, a través del teléfono, que siempre está ocupado, y también por medio de las continuas visitas que recibe a lo largo del día; estas visitas suelen ser, en su mayoría, de periodistas o turistas americanos. Así es, más o menos, como vive José Luis Cuevas hombre.
–Bien. Otra pregunta. ¿Es verdad, como aseguran, que te molesta grandemente la pintura mexicana?
–No  podría decir que la pintura de México me molesta; más bien soy indiferente a ella. Frecuento las galerías de México únicamente cuando se trata de exposiciones de pintores amigos, y éstos son muy pocos. Podría mencionarlos: Mathías Goeritz, Ricardo Martínez, Alberto Gironella, Messeguer, Gassi y Vicente Rojo. Las obras de los demás me parecen tan sólo un pálido reflejo de lo que pasaba en el mundo del arte hace diez años. Los pintores de mi país, en su mayoría son conformistas y solemnes; carecen del más elemental sentido del humor, y su ambición es pertenecer al oficialismo. Casi todos los artistas de mi generación son pobres de espíritu, timoratos; hacen un fuerte contraste con los escritores; esos sí son, casi todos, amigos míos; son brillantes y lúcidos. Pero, volviendo a los pintores, ahí tienes el caso de Rufino Tamayo; pudo haber representado para nuestra generación lo que Octavio Paz representa; sin embargo, se dejó adormecer por las “músicas dormidas” del Palacio de Bellas Artes. Tamayo con su pipa, sus canas y su chalet de San Ángel,  pertenece al “stablishment”. Aparece en las crónicas de sociales; pero su pintura actual fracasa rotundamente. Cuando México lo mandó a representarnos a Venecia, los pintores de vanguardia, en la ciudad de las góndolas, se pasearon frente a los cuadros de Tamayo con pancartas que decían: “TAMAYO GO HOME” (Tamayo, vete a tu casa). Como debes comprender, por lo que te he dicho, la pintura mexicana no representa para mí una experiencia muy excitante. 
–¿Es verdad, José Luis, que tu pintura es distorsionada?
–Desde luego que sí. Ya te decía que dejé la Academia hace tiempo. Soy inventor de formas, aunque siempre parto de la realidad, y mi obra es tan distorsionada como  puede serlo la escultura precolombina, el arte bizantino, la pintura del Bosco, la de Goya o la de Picasso. Sin embargo, no distorsiono los sentimientos humanos. Lo que pinto existe, como existe la enajenación o el crimen, la miseria o la prostitución. Más que fotográfica, mi obra es de rayos X; mi pincel, pluma o lápiz son instrumentos como el bisturí, con los que penetro lo externo, para descubrir las entrañas de mis personajes; pinto sentimientos de hoy; por eso mi obra, al margen de falsos malabarismos vanguardistas, siempre resulta actual o vigente.
–¿Qué es más fácil, pintar o restaurar, copiar con exactitud o crear?
–Es  interesante tu pregunta. Yo creo que el verdadero artista, aun copiando, crea, porque el modelo pictórico le servirá tan sólo de punto de partida. Ahí tienes a Picasso; copiando a Ingres, haciendo variaciones sobre Velázquez o Delacroix, siempre es Picasso.
–¿Qué es la pintura para ti?
–La pintura es mi vocación, una vocación que nació antes de que aprendiera a leer y escribir. Ya a los tres años de edad me tiraba en las baldosas de la cocina para ilustrar, con carbón que robaba a hurtadillas del fogón, las historias espeluznantes de aparecidos que me relataba mi nana. Jugar y dibujar acompañaron mi niñez, vivida en esa vieja casa ubicada, casi simbólicamente, en el “Callejón del Triunfo” y en los altos de una casa de papel y lápices que se llamaba el “Lápiz del Águila”. Para mí, pintar ha sido algo muy estrechamente ligado a toda mi vida; así que, cuando a los diez años de edad enfermé de fiebre reumática, dibujé, como si se tratara de un diario, los meses de agonía que pasé impedido. Pintar, para mí, es una necesidad angustiosa, biológica, de la que no podré prescindir jamás. Quizás por eso no tenga otros vicios, otras necesidades; pintar y amar son mis únicas y verdaderas urgencias.
–¿Qué cuadro famoso te hubiera gustado pintar?
–Ningún cuadro famoso o, mejor dicho, ningún cuadro de otro artista me hubiera gustado pintar, porque ese cuadro es el resultado de circunstancias y necesidades ajenas a mi profundo yo. 
–¿A qué pintores contemporáneos admiras más?
–Considero que Picasso es el pintor más grande que ha existido en toda la historia de la pintura. Velázquez fue un genio; Rembrandt fue un genio; pero Pablo Picasso es un monstruo de la naturaleza, en que se dieron cinco genios en una sola persona, y esto es asombroso. Admiro también a Marcel Duchamp, a Paul Klee, y a Max Ernst, quienes, con Picasso, representan los cuatro puntos cardinales de la pintura del siglo XX.
–¿Te consideras un genio?
–El genio es un estado anormal, que es el resultado de ciertas taras hereditarias. A veces, estas taras llevan a la criminalidad o al retraso mental. El genio es la sublimación de la sífilis; la expresión más elevada de lo anormal, y yo me considero lúcido, bien dotado, pero no genio, porque creo que soy una persona normal.
–Confidencialmente hablando. ¿Consideras que tu Mural Efímero, como algunos creen, no fue más que una tomadura de pelo?
–Yo  nunca he tomado el pelo a nadie, todo lo que hago es genuino. Mi Mural Efímero es parte de mi obra y expresa una actitud frente a la vida. El devenir es angustioso,  incierto, muchas calamidades nos asolan; los más jóvenes no creen en los sistemas imperantes y, ante tales hechos, mi Mural Efímero representa la actitud nihilista del intelectual de hoy. Ya no se puede ser tan petulante como lo es Tamayo, que piensa en realizar obras permanentes; obras que perduren. Casi todo el arte de nuestros días es efímero, está realizado con materiales efímeros, y esto les preocupa muy poco a los creadores. A mí, en lo personal me importaría un bledo que mi obra no sobreviviera o fuera echada conmigo, toda íntegra, al hoyazo donde irá a parar mi cuerpo físico cuando deje de gozar del sol y de respirar la delicia del aire.

FOTOGRAFÍA TOMADA DEL BUSCADOR DE Google.
panoramio.com
LA GIGANTA DE JOSE LUIS CUEVAS.
 
 
–¿Cómo y cuándo nació “La Maffia”, grupo al que dicen que tú perteneces?
–“La Maffia no existe como grupo; lo que pasa es que desde hace años así fuimos calificados por nuestros detractores los jóvenes que estábamos transformando el ambiente cultural mexicano. Los mafiosos somos aquellos que estamos contra el lugar  común, al anquilosamiento, la solemnidad, el nacionalismo exacerbado, etc…Los mafiosos representan una actitud nueva frente a la cultura nacionalista. Carlos Fuentes, Fernando Benítez, [Carlos] Monsiváis y yo hemos sido calificados como las eminencias grises – no tan grises- de la llamada “maffia” e, incluso, se nos dedicó una infausta novela, que se llamó precisamente a La Maffia y cuyo autor es un olvidado escritor argentino que, si mal no recuerdo, se llamaba Che Padula.
–Dime la verdad,  ¿cuáles son tus mayores defectos?
–Bueno, bueno, mi mayor defecto es no conocer a la perfección la ortografía; cometo demasiados errores cuando escribo cartas o artículos. Otro defecto está en el hecho de no gustar de los papeles finos de dibujo. Generalmente uso, con gran alarma de las galerías, papeles baratos. Y, ah, me satisface más, mucho más, un pincel usado, con pocas cerdas, que un flamante pincel de ciento cincuenta pesos. Tengo otros muchos defectos, pero de esos me he enterado por los ataques de mis insidiosos enemigos.
–Ahora dime, ¿Cuáles son las mayores virtudes de José Luis Cuevas?
–Amigo mío, las virtudes de José Luis Cuevas son tantas, que nos llevaríamos muchas horas en enumerarlas.
–¿Qué libros estás leyendo?
–Últimamente me he estado poniendo al día en la novelística latinoamericana. Hay muchas cosas que por falta de tiempo no había podido leer y que me habían recomendado mis amigos. Por ejemplo Paradiso, de [José] Lezama Lima, y Cien años de soledad, de [Gabriel] García Márquez. Sin embargo, los escritores latinoamericanos que más admiro son: Carlos Fuentes, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa.
 –¿Te gusta la música?
–Nunca escucho música. No tengo ni cultura musical, ni oído, ni sensibilidad para la música. 
–¿Qué piensas del mundo futuro? ¿Tienes fe en el mundo de ahora?
–Creo que los jóvenes de hoy, con su rebeldía y su inconformidad, harán un mundo mejor que el que nosotros conocemos. La izquierda y la derecha no supieron encontrar la fórmula adecuada.
–¿Y qué piensas de la muerte?
–De la muerte pienso siempre sin filosofías. Siempre pienso en ella: pienso en que soy mortal; pienso en la agonía; pienso en que dejaré de existir; pienso en lo terrible que es la muerte. Viajo y me aterro porque el avión puede provocar la muerte, o la carretera, o la caminata callejera. Rehúso la mantequilla, porque tiene colesterol, propiciatorio de los infartos; leo ansioso los periódicos, en busca de la noticia tranquilizante: algún descubrimiento que cure el cáncer. Temo y temo las enfermedades y, acaso por ello, rehúyo los estimulantes. Trabajando, expreso mi diaria angustia de la muerte, pero trabajo porque es la forma más adecuada para sentirme vivir.
–¿Eres triste o alegre?
–Padezco de periódicas depresiones, debidas a hechos reales. Por ejemplo, la construcción de mi casa, interminable, angustiosa, infinita, me ha sumido en tristes cavilaciones. Esa casa, créeme, la necesito, como mis pulmones necesitan del aire, pues en ella tendré mi primer estudio y podré hacer esculturas y obras de gran aliento. Tengo necesidad, tengo necesidad de esa casa… Los arquitectos no me entienden y me tratan como a un cliente común, como a un señor industrial, como a un empleado de banca. ¡Y yo que creía que los arquitectos eran artistas, que los arquitectos eran creadores!
–Bueno, José Luis, no te amargues el día. Olvidemos eso. ¿Es verdad lo que te oí decir a poco de entrar en tu casa, que muy pronto saldrá en México una marca de cigarrillos que se llamará José Luis Cuevas?
–Si, hombre, es verdad- Cuevas parece olvidar su casa nueva-. Efectivamente, me han llamado para preguntarme si aceptaría dar mi nombre a una nueva marca de cigarrillos. Los publicistas que me propusieron esta idea estaban algo temerosos de que me fuera a ofender, y se asombraron cuando vieron que recibía la propuesta con regocijo. Imagínate tú los ataques que recibiré si este proyecto se lleva a cabo. Será regocijante. Ya me imagino los reclamos publicitarios: “Cuevas en la boca de todos los mexicanos; Cuevas se extingue en pocos segundos; Cuevas con filtro y Cuevas sin filtro; Cuevas quemándose; Cuevas efímero; Cuevas ceniza…”
–Mira, José Luis, es de noche ya. Me gustaría estar aquí hasta que llegaran las claras del día, pero tengo que irme. Mil  gracias.
 
FOTOGRAFÍA TOMADA DEL BUSCADOR DE Google.
mazatlaninteractivo.com.mx
José Luis Cuevas
 is a Mexican artist and was one of the first to challenge the then dominant Mexican muralism movement as a prominent member of the Generación Ruptura. He is a mostly self-taught artist, whose styles and influences are moored to the darker side of life, often depicting distorted figures and the debasement of humanity. He has remained a controversial figure throughout his career, not only for his often shocking images, but also for his opposition to writers and artists who he feels participate in corruption or create only for money. In 1992, the José Luis Cuevas Museum was opened in the historic center of Mexico City holding many of his work and his personal collection of art.
 

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