domingo, 11 de marzo de 2012

EL MODERNISMO RUBEN DARIO Ensayo por: Juan Cervera Sanchís.

Ilustración elaborada por: Fernando Emilio Saavedra Palma.
RUBEN DARIO
Ensayo por: Juan Cervera Sanchís.
EL MODERNISMO

El modernismo fue una revolución literaria, como todos sabemos, donde hubo más ruido que nueces. Los modernistas buscaron por sobre todo la exquisitez en pensamientos, libertad en la métrica y a  su vez esmero en la forma. Todo ello fue, sin embargo, más asunto de ropaje que de contenido. Respecto al amor no lo toman tan en serio como los románticos y si Becquer ya había dicho que el mejor verso era el que iba escrito en un billete de mil pesetas, Rubén Darío, el príncipe de los modernistas canta de este modo: 

Calma, pues, ¡oh mujer!, mi devaneo,
y no seas conmigo tan ingrata;
en ti la luz de mi esperanza veo
y tu mirar me enciende y me arrebata…

Pero hay dos terribles versos finales que nos hablan de cómo este gran modernista pensaba de la mujer, o mejor dicho, de la realidad. Son estos:

-Señor poeta, vaya usté a paseo:
¡otros hay que me ofrecen mucha plata!

La relación  amorosa no ha cambiado, pese a estos versos de Darío, entre el poeta y su amada que, para no pocos modernistas no es, como para los clásicos y los románticos, una mujer, sino más bien una niña. Se ama a la mujer, pero adolescente. Darío insiste en la “tierra niña”, como si ésta al desarrollarse totalmente perdiera su encanto; como si las necesidades de la vida la volvieran huraña e imposible de amar. Se ama, pues, a las vírgenes:

Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa,
virgen como la nieve y honda como la mar;
su espíritu es la hostia de mi aroma misa.
y alzo al son de una dulce lira crepuscular.

Ojos de evocadora, gesto de profetisa,
en ella hay la sagrada frecuencia del altar;
su sonrisa es la sonrisa suave de Monna Lisa,
sus labios son los únicos labios para besar.

Y he de besarla un día con rojo beso ardiente;
apoyada en mi brazo como convaleciente,
me mirará asombrada con íntimo pavor;
la enamorara esfinge quedará estupefacta,
apagaré la llama de su vestal intacta,
¡y la faunesa antigua me rugirá de amor!

Sí en este soneto de Rubén Darío, venimos a ver, como decía Antonio Machado, que “todo amor es fantasía”. Inventan los modernistas “la hora y el día”. Hay un afán de amor, como decía Carlos Fernández Shaw y también, en cantar de Francisco Villaespesa, “olorosas manos ducales”. Los modernistas cantaros a las señóritas como nadie, así Salvaror Díaz Mirón escribe: 

En la Venus de Médicis el arte
previó cuanto hay en ti, menos la túnica.
Irreprochable desnudez imparte
el mármol gracia vencedora y única.

No te des al acaso. Dios no envía
la suprema beldad a cualquier gusto.
¡La manda para ser en la porfía
botín al fuerte y galardón al justo!

Canta de este Díaz Mirón a la señorita Julia Zárate. Se advierte como en Darío, que invoca a la Monna Lisa, la presencia de la Venus de Médicis y el amor vuelve a quedar en otra dimensión. El poeta sigue estando fuera de él en cierta medida, En la poesía modernista sentimos que el amante está fuera del ser amado una y otra vez. Brilla el lenguaje, pero ese brillo no alcanza a ser llave. El amor es un tema más para los modernistas. En los
románticos y en los clásicos se podría decir que fue el tema central, tal como volverá serlo en algunos contemporáneos. Pero los modernistas aman más la poesía que al amor y León y Román lo dice:

Se artista, se poeta, se el espejo
del ancho mundo; aunque después te roben
los años su esplender, no serás viejo:
la poesía es el arte de ser joven

Los modernistas persiguieron “el arte de ser joven”, querían ser poetas mucho más que amantes. El amor es un pretexto más para ser poeta y renacer por la magia del poema. Las palabras, ciertas palabras, sí, en verdad, enamoran a estos cantores. Rubén Darío pregunta de este modo por Stella:

Lirio divino, lirio de las Anunciaciones:
lirio, florido príncipe
hermano perfumado de las estrellas castas,
joya de los abriles.

A ti las blancas dianas de los parques ducales,
los cuellos de los cisnes,
las místicas estrofas de cánticos celestes,
y en sagrado empíreo, la mano de las vírgenes.

Lirio, boca de nieve donde sus dulces labios
la primavera imprime:
en tus venas no corre la sangre de las rosas/pecadoras,
sino el ícor excelso de las flores insignes.

Lirio real y lírico,
Que naces con la albura de las hostias subliminales,
De las cándidas perlas
Y del lino sin mácula de las sobrepellices:
¿has visto acaso el vuelo del alma de mi Stella,
La hermana de Ligeia, por quien mi canto a/ veces es tan triste?

Se evidencia que los modernistas, como sucede aquí con Rubén Darío, más que cantar al amor parecen engolfados con el lujo de las palabras. La retórica los extravía con harta frecuencia y lo que, entonces, algunos creyeron deslumbrante, el tiempo se encargó de demostrar lo contrario. Los modernistas pecan de sinfónicos, le dan más importancia al traje que al cuerpo. Emilio Carrere, un modernista que se dejaba llamar “el último romántico”, ve en el amor a la muerte; esto da a su poesía una profundidad diferente a la de los modernistas deslumbradores. El canta así:

La niña, al amor rendida,
Sigue sus sueños urdiendo,
Sigue tejiendo; tejiendo…
Y lo que teje es su vida.

“¡Ya viene mi bien amado
con su melena de oro;
ya escucho el paso sonoro
de su caballo nevado!”

Pero este modernista, que pretende ser romántico, no es ni lo uno ni lo otro, sino recreador, aquí, del viejo romancero, aunque con un toque modernista y muy sonoro. Podríamos incursionar en la poesía de Juan Ramón Jiménez, clasificado como modernista, pero ¿lo es? Para nosotros ni Juan Ramón no los Machados fueron modernistas. Ante esto tendremos que buscar, imposiblemente, buena poesía amorosa en Salvador Rueda o en Darío. Tal parece que los modernistas no fueron afortunados, yo diría muy sinceros, al cantar al amor. Salvador Rueda prefería hacerlo a la sandía, a la vaca, a la cigarra y, todos, si bien los leemos, hacen más o menos lo mismo que él hizo, claro que podemos encontrar versos como estos:   


Ten un poco de amor para las cosas:
para el musgo que calma tu fatiga,
para la fuente que tu ser mitiga,
para las piedras y para las rosas.

En todo encontrarás un belleza
virginal y un placer desconocido…
Rima tu corazón con el latido
del corazón de la Naturaleza.

Es el amor, sí, pero otro amor, no el amor propiamente a la mujer que aquí nos interesa, es decir, lo amoroso. Lo amoroso está una y otra vez como fuera del poeta modernista, se siente perdido por las palabras sonoras y brillantes, fáciles de impresionar, pero difíciles de resistir. Oigamos a Rubén Darío, el padre nuevamente:

Sobre el diván dejé la mandolina.
Y fui a buscar su boca purpurina,
la boca de mi hermosa Florentina.

Y es ella dulce, y roza y muerde y besa;
y es una boca roja, rosa, fresca;
y Amor no ha visto boca como ésa.

Sangre, rubí coral, carmín, claveles,
hay en sus labios finos y crueles
pimientas fuerte, aromadas mieles.

Y podríamos seguir con estos versos modernistas que se dicen amorosos y son más un culto ciego a las palabras que otra cosa. Los modernistas fueron deslumbrados por ellas y en ellas se pierden sin posible reencuentro con la buscada esencia y el soñado amor. Soñaron los modernistas el amor quizá, pero no lo vivieron realmente. Los modernistas dejaron un gran paréntesis en cuanto a la poesía amorosa, aunque de repente aparezca en ellos la “heroína, la princesa rubia de pies aniñados”, como quería Ricardo Gil, o esa “Amada” rubeniana “de frente rosada” y con la que el poeta quiere compartir el templo del bosque. Lo que rara vez hallamos en la poesía modernista es un canto a la mujer, a la amada nuestra de cada día. Juan Ramón Jiménez, siempre por encima del modernismo y el resto de los ismos, deja en claro, al hablar de la poesía, lo que debe ser el amor por la mujer, en la mujer y para la mujer:

Vino, primero, pura,
vestida de inocencia:
y la amé como un niño.

Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes;
y la fui odiando, sin saberlo.

Llegó a ser una reina
fastuosa de tesoros…

Sí, “llegó a ser una reina” la mujer, y la poesía, para los modernistas. He aquí la pobreza reflejada en sus pomposos cantos al referirse al amor, y es que las reinas difícilmente pueden ser amadas, sino que son respetadas, adoradas y temidas. La poesía amorosa renacería magnífica con los poetas contemporáneos, con un Pedro Salinas, con un Rubén Bonifaz Nuño…

        FOTOGRAFÍA TOMADA DEL BUSCADOR DE Google.
       biografiasyvidas.com
RUBEN DARIO
Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío (Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa, 18 de enero de 1867 - León, 6 de febrero de 1916), fue un poeta nicaragüense, máximo representante del modernismo literario en lengua española. Es posiblemente el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispánico. Es llamado príncipe de las letras castellanas. (WIKIPEDIA)

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