domingo, 10 de junio de 2012

SEÑORA Y NÍÑA MÍA…Autor: Juan Cervera Sanchís. LIBRO DE SONETOS

FOTOGRAFÍA TOMADA POR: Fernando Emilio Saavedra Palma.
SEÑORA Y NÍÑA MÍA…
Autor: Juan Cervera Sanchís.
LIBRO DE SONETOS
EDICINES A.L. DURAN MEXICO 1988.
Ilustró: José Contreras
Diseño: Jorge Álvarez


INTRODUCCIÓN

Quién ha tenido la tranquilidad y sabiduría para oír y comprender los trinos vocingleros de las avecillas que anidan en las arboledas, a orillas del río de Lora, o de nuestros oyameles del Anáhuac, no es extraño que haya descubierto el canto de los cenzontles y jilgueros que aún resuenan en las colinas del Tepeyac.
Juan Cervera, el viandante que busca las señales donde la vida canta sus alegrías y dolores, ha venido a detenerse ante la colina donde florecieron las rosas en invierno, para interpretar, a su manera, el mensaje que dejó estampada la Señora en aquella portentosa tilma de palma de oczotl. Como jardinero de la voz consubstanciada en poesía, sembró y podó, desde muy niño, las más fragantes rosas de su natal Andalucía. Años vinieron, en que navegando en la trirreme de sus desolaciones, arriba a estas tierras, ansioso de hallar nuevas y fragantes rosas florecidas en las mesetas volcánicas. Contempló, ciertamente, todas las floraciones que ofrecen nuestros campos de temporal. Aún las flores de los cactos le parecieron sublimes, a pesar de esconder la figura de las espinas. Lozanas flores de cuetlalxochitl alegraron sus más tristes navidades; las violáceas y rojas flores bugambílias flanquearon un tiempo su ignoto sendero. Mas ya en campo abierto a la añorada anchura que sueña en azules y soleados días el poeta, vino, como está dicho, a encontrar la colina donde espera siempre la Madre y Maestra, envuelta en las luces fulgurantes de la fe.
Ahora, aquel viandante y jardinero, que alguna vez, quizá extraviado en las llanuras mexicanas gritó que se le viera y mirara, encontró sin duda la mirada bondadosa de Aquella que es de la misma patria de sus jilgueros: la Tonantzin nutricia y rediviva, bien llamada Inmaculada y Virgen.
Debo decirlo, aprendí hace el tiempo que Juan, a guiarme por las corrientes y los vientos que siguen siempre las aves que gustan de vivir en libertad. Dí, singularmente, con el mismo camino; y si bien no me fue dado interpretar esos trinos ante un portento, sé que la poesía también es cantar dos veces en oraciones. Es imposible descubrir la alegría que me transportó, al leer estos sonetos, pues descubrí que ya era asequible decir con voz humana, lo que no sabía sino expresar con esa paz de melodías internas. Habré de repetir, al menos, alguno de esos trinos. Y lo haré con la voz del macehual Juan Diego, o la voz del poeta Juan Cervera Sanchís:

Pues ante ti recobro el aire niño
que daba por perdido, Alta Señora,
hallando a Dios intacto en tu mirada.

Ramón Sánches Flores.
Tonantzintla, Puebla. Primavera de 1987.     


FOTOGRAFÍA TOMADA POR: Fernando Emilio Saavedra Palma.
DEDICATORA de Juan Cervera Sanchís
a Fernando Emilio Saavedra Palma.

                              I

CENZONTLES, cardenales y jilgueros
en concierto se unieron aquel día,
creando la más bella melodía
que han creado los seres volanderos.

Airecillos de amor oracioneros
endulzaron el cerro de poesía
y Juan Dieguito, niño de alegría,
habló en diminutivos jardineros.

Frágil escalerilla de madera,
y hombrecillo muy tierno y obediente,
se entregó servicial, a la Señora.

Diciembre se vistió de primavera
y el mensaje más puro e inocente
se alzó en templo de fe, consolodadora.

                          II

NUNCA suceso igual ha sucedido
cual tu llegada azul y auxiliadora,
que, en cinta de belleza seductora,
unió lo brutalmente dividido.

Tu hermosa flor solar curó el herido
corazón y con fe remediadora
borró la luna negra y vengadora
de aquel suelo sangriento y dolorido.

Lo incierto tu presencia lo hizo cierto
y la paz sucedió al feroz combate.
Cerraba tu presencia la honda herida.

Que códice de amor y libro abierto,
por la memoria virgen del ayate,
la tilma de Juan Diego se alzó en vida.

                                  III

EN la palma de iczotl quedó el mensaje
como caudal de luz enamorado
de un pueblo inmensamente desolado
que en Ti halló de repente tutelaje.

Tu humilde morenez, en oleaje
de mágico fervor inesperado,
elevó, generosa, al derrotado
con tu radiante y místico lenguaje.

¡Oh gracia silenciosa y salvadora
que en la palma de iczotl les daba altura,
a fuer de dar amor, a los vencidos!

Que eres Tú pan celeste, Alta Señora;
Madre total, vestida de ternura,
en donde los contrarios son reunidos.
                              IV

PRECIOSA y dulce Niña, vencedora
del demonio sangriento y repulsivo
y madre de lo bueno y de lo vivo
y de lo malo siempre ahuyentadora.

Niña maravillosa y salvadora
del sacrificio inútil y abortivo.
Tonantzin del amor conciliativo.
María de la Luz Conciliadora.

Crueles leyes cambiaba tu presencia
por nuevas leyes al amor rendidas,
¡oh mi Niña de soles florecidos!

Que bastó con tu tierna adolescencia
para poblar de rosas las heridas
y unir a vencedores y vencidos.

                             V

NIÑA del Tepeyac, Madre piadosa
donde la caridad, siempre en crecida,
es fehaciente señal de nueva vida
y vivo testimonio de la Rosa.

Niña del Tepeyac, casta, preciosa
y bondadosamente suspendida
en el aire de Dios, como encendida
lámpara celestial y milagrosa.

Lámpara que ilumina nuestras almas
y conduce segura nuestros pasos,
¡Oh Niña del amor de nuestros ojos!

Niña del Tepeyac, que nos ensalmas
y suavizas dolores y fracasos
cuando caemos ante Ti de hinojos.
                               VI

MADRE y Maestra, Tú, Niña y sencilla.
Tesoro de inocencia inigualada.
Reliquia de la Luz Inmaculada.
Máximo bien y suma maravilla.

Maestra y Madre, Tú, fe que agavilla,
cual amorosa y cálida embajada,
los contrarios en fuerza iluminada
infundiéndole espíritu a la arcilla.

Madre y Maestra, sí, Niña y Señora,
que el candor nos devuelves, generosa,
con tu presencia tierna y florecida.

Maestra y Madre, Tú, reveladora,
que nos diste la clave de la rosa
y el divino secreto de la vida.

                             VII

CUARENTA y seis estrellas en tu manto
le dan al verdiazul un intensivo
y titilante juego de oro vivo
redoblando las gracias de tu encanto.

Toda Tú eres estrella y orto y canto.
Toda Tú eres misterio suspensivo
y estrella mayor eres y cautivo
sol de soles que enjuga nuestro llanto.

Doncella Madre Tú entre las doncellas
y suma realidad, Virgen María,
en donde lo divino se hace humano.

Que Estrella Madre Tú de estrellas
y siempre Madre Tú y estrella guía,
iluminas al pueblo mexicano.
                              VIII

SI macehual sujeto a tus pulseras.
Si flor solar ardiendo en tu vestido.
Si árido y duro cerro embellecido.
Si armiño de nacientes primaveras.

Si arcángel de purezas mensajeras.
Si solsticio de invierno florecido.
Si ceñidor materno bendecido.
Si rosa entre las rosas verdaderas.

Si celestial y críptica criatura.
Si eucarístico vaso iluminado.
Si tilma hasta los cielos elevada.

Si códice de máxima ventura.
Si amor y sólo amor enamorado.
Si cariñosa Madre Inmaculada. 

                          IX

VIRGEN de Guadalupe, sumo anhelo,
fortuna de la gente mexicana;
de esta sufrida gente, tan humana,
que en tu luz sin igual halla consuelo.

Virgen serena y dulce, gracia en vuelo;
emperatriz y madre soberana
de esta mística tierra que desgrana
el maíz del amor bajo tu cielo.

Virgen de Guadalupe, infín doncella
musical, silenciosa y abstraída,
en donde Dios sublima lo moreno.

Pequeña y tierna Virgen, casta estrella
que arde en el Tepeyac, dándole vida
a este dolido pueblo, humilde y bueno.
                              X

MISTICA Rosa y Madre Inmaculada
hecha de puras rosas principales.
Rosa de las esencias siderales.
Imagen milagrosa e increada.

Rosa Tú la más tierna y venerada.
Rosa, oh sí, de las rosas rituales.
Rosa Tú entre las rosas serviciales
y, entre las rosas, Tú, la más sagrada.

Amor Tú del rosal de los amores.
Tú, verdad entre todas las verdades.
Dádiva floral Tú la más hermosa.

Que eres Tú, Virgencita, flor de flores
y unitario esenciero de bondades
que a todos nos cobijas con tu Rosa.

                             XI

HECHA de rosas Tú, cual floral rito
de compasivas rosas celestiales.
Rosa Tú, de las rosas ideales.
Preciosa rosa Tú del infinito.

Rosa Tú en gestación de Pan Bendito.
Sublime rosa Tú de los rosales.
Rosa conceptual de las señales.
Rosa donde esté escrito lo no escrito.

Rosa de las espinas milagrosas.
Única rosa y Madre verdadera
donde el pueblo se nutre de esperanza.

Rosa la más divina de las rosas.
Rosa de la perpetua primavera.
Rosa en fin donde el gozo nos alcanza.
                                 XII

PORQUE eres la bondad hecha María.
Tonantzin Tú nutricia y redivida.
Madre nuestra rotunda y substantiva.
Despejada ecuación de la alegría.

Porque eres Tú la suma y la armonía
de la vida más alta y sensitiva,
mi Niña de maíz y suave oliva
en rosácea y radiante geografía.

Porque número y Verbo esplendoroso,
tu corazón jamás se rinde al frío
de la infeliz y baja tecnocracia.

Que la poesía es tu reino, siempre hermoso,
y el dar es tu destino labrantío
de labradora Madre hecha de gracia.

                             XIII

GRANO de gracia, Tú, fértil semilla
de la harina más noble y más preciosa;
del pan cosalvador y de la rosa
de la más bella y mística Castilla.

¡Ah mi Niña tritícea, tan sencilla
y a la vez tan Señora y misteriosa!
Ante tu Imagen pura y silenciosa
nuestra esperanza canta y se arrodilla.

Porque gracias a Ti, Niña cimera,
y a tu alquimia de amor y Verbo en vuelo,
esclareció este pueblo su destino.

Y su doliente carne pasajera,
no nada más halló paz y consuelo,
sino que trascendió hacia lo divino.
                                XIV

IRRADIADA de Dios y de pureza,
¡Oh Madre Irradiadísima y querida!;
con tus rosados rayos nos das vida
e inflamas nuestro barro de nobleza.

Tu resplandor disipa la tristeza,
¡Oh Madre sin pecado concebida!
y nuestra larga noche desvalida
raya en alba encendida de belleza.

Madre Niña y dulcísima y resuelta,
que irradiadoramente nos absuelves
con tu mirada fija en la poesía.

¡Ah dulce Niña Madre en luz envuelta!,
que en luz enamorada nos envuelves
con tu resplandeciente abogacía.

                              XV

SEÑORA la que aplasta la serpiente
con su huella rotunda y luminosa.
Madre y dadora nuestra prodigiosa
y siempre enamorada e indulgente.

Señora siempre Virgen e inocente
y bella y siempre Madre dadivosa.
Fuente de Salvación y luz copiosa
que ilumina y eleva nuestra mente.

Señora de las sombras enemiga
y feliz claridad de nuestros ojos
por tu divina Imagen conquistados.

Señora y Madre nuestra y fe que abriga
los riscos y transforma los abrojos
en devotos rosales extasiados.
                             XVI

EN tus ojos el pueblo, reflejado,
se eleva niñamente hasta la altura
de esos tus ojos niños de luz pura
en donde Dios es tiempo enamorado.

En tus ojos el tiempo, iluminado,
se eterniza en un hito de hermosura
y el pueblo es tiempo y gozo a la ventura,
por tus ojos cual niño confiado.

Que mirarse en tus ojos, Madre mía,
es sentir que la vida se abrillanta
en la niñez y el tiempo verdadero.

En tus ojos dulcísimos, María,
en donde lo menudo se levanta
por sobre los jerarcas y el dinero.

                         XVII

¡OH dulce y noble indita, mensajera!
Niña y Madre más nuestra cada día.
Morenita de sol y fantasía
y protectora sombra lisonjera.

La vida Tú nos haces llevadera
con tu manso temblor de angelería,
pues bajo tu feliz capitanía
nuestro dolor se achica y atempera.

¡Oh noble indita y Madre y Virgen pura!
Trigueñita de rostro inigualable
que el corazón nos hablas suavemente.

Nunca nos falte, sí, tu prefectura;
tu bendición alada e inefable
y la luz de tu Imagen transparente.
                           XVIII

TUS manos como aves misteriosas
y en éxtasis de salmos maternales
nos transportan a esferas musicales
en loor de oraciones silenciosas.

Tus manos como un nido infín de rosas,
aleteo  de aromas esenciales,
guardan hondas memorias divinales
entrelazando preces olorosas.

Manos, donde tu espíritu inocente,
con mariana y pura angelería,
lo que el hombre dispersa, ata y ordena.

Manos las tuyas, Madre, virgenmente
ahuecadas en mística alegría
y custodiando al Verbo en dicha plena.

                              XIX

PAÑUELITO de lágrimas, Señora,
sois Vos para este pueblo desvalido;
para este hermoso pueblo agradecido
que se impone al dolor y os enamora.

Pañuelito de fe consoladora
sois Vos para este pueblo tan sufrido;
para este niño pueblo sostenido
por vuestra casta luz auxiliadora.

Pañuelito sois Vos y alto consuelo
que transformáis la espina en fresca rosa
y hacéis más llevadera la honda herida.

¡Virgen del Tepeyac, vaso de cielo
y aroma de esta tierra misteriosa,
donde por Vos, la muerte emerge en vida!
                                  XX

PORQUE ante Ti no existe extranjería,
porque tu amor no sabe de extranjeros,
porque eres patria Tú de mis jilgueros
igual que mis lobos, Madre mía.

Porque ante Ti me muero de alegría
y mis oscuros pasos pordioseros
se colman de horizontes y luceros
y el barro de repente arde en poesía.

Porque en Ti el misterio del armiño
entra en mi corazón y lo enamora
con ternura de nube inmaculada.

Pues ante Ti recobro el aire niño
que daba por perdido, Alta Señora,
hallando a Dios intacto en tu mirada.



TODAS LAS ILUSTRACIONES EN EL LIBRO DE SONETOS Señora y níña mía… SON de:
José Contreras.























CONTRAPORTADA DEL LIBRO DE SONETOS
Autor: Juan Cervera Sanchís.
Señora y níña mía...
Juan Cervera Sanchís es colaborador asiduo de revistas y diarios de México y de varios países. Publica en La Cultura Nel Mondo de Roma, Italia, y en Temas de Nueva York, entre otras muchas publicaciones de América y Europa.
  Su poesía ha sido traducida al griego, al checho, al francés, inglés, portugués, italiano y japonés.












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