sábado, 14 de abril de 2012

EDUARDO LIZALDE

     ILUSTRACIÓN ELABORADA POR: Fernando Emilio Saavedra Palma.
   EDUARDO LIZALDE
     Ensayo elaborado por: Juan  Cervera Sanchís.

Aquí el tiempo de la vida se deshace en espacios de muerte. “El tigre en la casa” araña las alfombras del corazón y un frío visceral golpea los edredones. De repente “La zorra enferma” aparece en la escena y no puede evitar que su mal olor deje en los huesos las sagradas mentiras; la verdad en “Cada cosa es Babel”. Y es cada vida “su propio borrador”, digo cada poema:

El poema es sólo un gesto,
un gesto que revela lo que
no alcanza a expresar.
Los poemas
de perfectísima factura,
los más grandes,
son exclusivamente
un manotazo afortunado.
Todo poema es infinito.
Todo poema es el génesis.
Todo poema nuevo
memoriza el futuro.
Todo poema está empezando.

Esto nos dice Eduardo Lizalde, para decirnos que toda vida está empezando, memorizando el futuro e inventando el mundo. A veces, Lizalde, como que traspasa el universo normal de las cosas y penetra en las áreas de la antimateria… desgarrando por el amor o el contraamor; por la vida misma. Y el tigre se deja sentir:

Recuerdo que el amor era blanca furia
no expresable en palabras.
Y mismamente recuerdo
que el amor era una fiera lentísima:
mordía con sus colmillos de azúcar
y endulzaba el muñón al desprender el brazo.
Eso sí lo recuerdo.


Y vive, en la belleza desesperada del recuerdo, entre un poco de muerte y un poco de vida y no sin crueldad, porque en la poesía de Eduardo Lizalde se oculta la ternura a fuerza de crueldad. Y ahí radica el secreto de su extraña hermosura:

Lo recuerdo casi de memoria:
los muebles de madera
florecían al roce de mi mano,
me seguían como falderos
grandes y magros ríos,
y los árboles –aun no siendo frutales-
daban por dentro resentidos frutos amargos.

En Lizalde uno recuerda el oro griego y la palabra abierta y rota en mil pedazos y diciéndonos sin decírnoslo: “El amor es mi empresa imposible”. ¿Qué sucede en esta situación creadora?: el amor que es y no es y, en primer plano, la sagrada burla donde el hombre trata de esconder el ala de la fatalidad; sin poder esconderla. Así su revuelo:

Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses;
que se pierda
tanto increíble amor.
Que nada quede, amigos,
de estos mares de amor,
de estas verduras pobres de las eras
que las vacas devoran…

El tigre está obsesionado por la luz del amor, pero esa luz, ese oro “estalla sin motivo”, y lo que es aún peor: “un amor capaz de convertir al sapo en rosa” se aniquila. ¿Por qué? En la casa los espejos se contradicen. Las imágenes guerrean. Los sueños sangran y el tigre “despierta hambriento”. Por la escalera de esta lúcida locura sube y baja hiperlúcida (dolorida quiero decir) la locura. Y el amor termina (¿para empezar de nuevo?) en odio:


Grande y dorado, amigos, es el odio.
Todo lo grande y lo dorado
viene del odio.
El tiempo es odio.
Dicen que Dios se odiaba en acto,
que se odiaba con fuerza
de los infinitos leones azules
del cosmos;
que se odiaba para existir.

Eduardo Lizalde nos conduce del amor al odio y del odio al amor. El centro de la vida se nos hace palpable y visible. ¿Pero qué es la vida? Bien podría ser una perra. Sí, una perra como Monelle:

También la pobre puta sueña.
La más infame y sucia
y rota y necia y torpe
hinchada, renga y sorda puta,
sueña.

Las palabras, con Eduardo Lizalde, están en su sitio. ¡Qué nadie se asuste de las palabras porque ellas nos describan una acción real! Poesía en acción en esta de Lizalde y, en acción vital:

Lavo la mano, amada
en el amor de las mujeres,
y la mano se dora, agradecida,
se vuelve joya.
Antes muñón, y garra o tronco,
dórase la mano
en esos páramos de miel.

Lo edulcorado nos cruza la memoria. El hombre, empero, es decir, el tigre, está “en y al” acecho inevitable. ¿Puede alguien evitarlo?


Pero a los cuatro días o cinco,
seis cuando más,
vuelve a escurrir por mis uñas
ese líquido amargo y pestilente
que tu piel de loba
destila al ser cortada.

¿Quién es el tigre? El poeta cae en olvidos, que son memoria, y canta los boleros del resentido. Ese decirse sin cuartel, sin truco ni cartón es un poco:

Escribimos la palabra Lola
sobre el polvo;
el nombre Juana
Sobre el polvo del ocio de los muebles,
como niños deformes,
que apenas pueden controlar el dedo.

Ese decirse y decirse en desnudo total es ensanchar la herida y a la vez es cerrarla. Y Lizalde afirma en negación: “El amor es todo lo contrario del amor”: ¿Qué es el amor? ¿Qué lo contrario del amor?

Todo el amor es sueño
-el mejor áureo sueño de la plata-.
Sueño de alguien que muere,
el amor es un árbol que da frutos
dorados sólo cuando duerme.

Pero este amor que aquí se canta está muy despierto. ¡Demasiado despierto!, ¡Oh pobre tigre! Y de este amor nadie se salva. Los amantes son devorados por sí mismos:

Amada, no destruyas mi cuerpo,
no lo rompas, no toques sus costados heridos.

“Amantes no toquéis si queréis vida, porque entre un labio y otro colorado Amor está, de su veneno armado, cual entre flor y flor sierpe escondida”. Así observó el clásico y el tiempo del hombre es tiempo del hombre ayer como hoy. Eduardo Lizalde nos da señales de su hombre y de su tiempo, y en el amor que nos conduce al odio, para hacernos retomar al amor desde el ascua del odio, descubre que todo se reduce quizá a ceniza:

Hay un lejano olor a muerte en todo el aire.
Alguien se muere aquí,
muy cerca, en el jardín del al lado.
Tal vez aquí, junto al umbral,
más bien dentro de la casa, en el pasillo,
y no, más cerca, en este cuarto donde
                                                    /moríamos juntos
No, tampoco.
más cerca aún, junto a mi cuerpo.
y no, más cerca.

La muerte, rondadora de nuestras vidas desde el día que nuestra madre nos arroja de su vientre, aparece por los rumbos múltiples de la poesía de Eduardo Lizalde, y aparece vestida para una fiesta de ángeles ciegos, donde “lee uno poemas. ¡Oh el hombre de otro planeta: Un amor capaz de convertir al sapo en rosa”. Y frunce el ceño: “-¿Qué es la rosa, qué el amor? ¿Qué cosa el sapo? No nos entendemos”. Y el ángel se torna maldito. Posiblemente en ello ha intervenido la ausencia de Beatriz. Y es que la vida es una ausencia. ¿de la muerte? ¿Y es por eso que nada aquí nos satisface? Pero, ¿y cuándo estaba Beatriz? Precisamente entonces… Pero ahora es ahora y ya no es la hora de Beatriz:

Oh muerte, ¿qué ha de morir de ti,
qué carne dañarás de muerte,
qué has de matar si ella está muerta?

Ciertamente, muy ciertamente (ha pasado el tiempo y sigue pasando el tiempo):

No volverá a su vaina el rayo
El no volver será tu vaina.

Eduardo Lizalde escarbaba y escarbaba en sí mismo. Su poesía está hecha a fuerza del dolor de sus tétanos. Es un hito humanal que sabe que:

Las piedras se abrirán de lástima bajo los gritos
de los destazados con ellas.

El dolor es el alfa y el omega que acompañan al tigre por la casa, a la zorra por el bosque de su desesperación y a las cosas todas por su Babel; el dolor dolorosamente embellecido.

        FOTOGRAFÍA TOMADA DEL BUSCADOR DE Google.
         milenio.com
Eduardo Lizalde
Se acercó desde niño a la literatura. Su padre Juan Lizalde, un ingeniero, dibujante y apasionado de la poesía, le enseñó a leer y a construir sonetos desde muy pequeño. Su madre era María Luisa Chávez García de la Cadena y su abuela la señora Elena García de la Cadena de Chávez fue hija del Gral. J. Trinidad García de la Cadena, el cual se encuentra en la Rotonda de los Hombres Ilustres ubicada en la ciudad de Zacatecas. Es hermano del actor Enrique Lizalde y primo del cantante Óscar Chávez. A los seis años de edad, leyó la primera novela de su vida: La perla roja, de Emilio Salgari. Después encontró la figura del tigre en las novelas de Kipling y las historietas de Tarzán. Cuando apenas tenía 12 años, estaba ya inmerso en las lecturas de Balzac, Zola, William Blake y Rainer Maria Rilke.
«Empezar a escribir joven es casi una maldición para cualquier escritor que se precie de ser profesional», afirma Lizalde. Comenzó a publicar pequeños poemas a los 18 años, en 1948, en el periódico El Universal.[1] Después publicó su primer libro de poemas a los 27 años de edad, titulado La mala hora. Antes había estudiado brevemente en la Escuela Superior de Música y después la carrera de Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

En 1955 comenzó su militancia en el Partido Comunista Mexicano, del cual fue expulsado a principios de la década de 1960, junto a José Revueltas. Después, junto con el mismo Revueltas, fundó la Liga Leninista Espartaco, movimiento político alternativo del que pronto se desencantaron ambos.
Por esas mismas fechas, al lado de Enrique González Rojo y Marco Antonio Montes de Oca, fundó el Poeticismo, una fallida corriente literaria, que el propio Lizalde desmenuza y critíca severamente en su libro Autobiografía de un fracaso. Ahí afirma que esta corriente consistía en hacer poemas «con originalidad, claridad, y complejidad», una vaguedad que lo llevaría a reflexionar que en realidad «no era nada».[1]
Lizalde es conocido como El Tigre, por la aparición de recurrente de este animal en su obra poética, escrita en este sentido bajo la influencia de William Blake y Jorge Luis Borges, pero también por sus lecturas infantiles de ciertas narraciones de Salgari y Kipling:
«El tigre es una figura fascinante desde los tiempos bíblicos hasta la etapa actual y no creo que haya un escritor que no haya mencionado nunca al tigre. El tigre es la imagen de la muerte, de la destrucción, y además, de la belleza; es solamente un instrumento metafórico.»
Eduardo Lizalde ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua el 24 de mayo de 2007,[2] tomando posesión de la silla XIV que perteneció a Elsa Cecilia Frost. Dio lectura al discurso «La poesía mexicana, esplendor e infortunio».
Es hermano del popular actor de cine y telenovelas Enrique Lizalde.WIKIPEDIA.

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