domingo, 8 de abril de 2012

JUAN REJANO

             Ilustración elaborada por: Fernando Emilio Saavedra Palma.

     JUAN REJANO
Juan Rejano Porras fue un escritor, poeta, periodista y tertuliano español, perteneciente a la generación del 27 que tuvo gran influencia en la cultura española y también en la hispanoameriacana.  Juan Rejano nació en Puente Genil (Córdoba, Andalucía) el 20 de octubre de 1903 y murió el 4 de julio de 1976 en México. Siente atracción por la música llegando a tocar el violín, más tarde en el año 1927, tras la guerra de Marruecos se traslada a Málaga, teniendo gran amistad con algunos escritores destacando Manuel Altolaguirre, León Felipe y Pedro Garfias, entre otros. Colaboró en diferentes revistas como El Litoral, El Estudiante, Postguerra, La Gaceta Literaria y Nueva España. Durante la guerra siguió ejerciendo el periodismo en la zona republicana En 1939, el exilio primero en Francia, por breve tiempo. En México dirigió la célebre sección cultural de el diario El Nacional, donde promovió a un grupo de jóvenes que serían una de las generaciónes más brillantes de escritores y periodistas culturales en México, entre ellos Xorge del Campo, Juan Cervera Sanchís, José Luis Colín, Alfredo Cardona Peña, Jesús Luis Benítez, Otto-Raúl González, Roberto López Moreno, Leticia Ocharán, René Avilés Fabila y muchos otros. Difundió con dignidad y decoro los valores de la cultura española e hispanoamericana, cosa que también llevó a cabo por medio de cursos especiales sobre literatura en algunas universidades mexicanas y en multitud de conferencias en centros de carácter cultural. El maestro Rejano murió en México, preparando su regreso a España.[1]
Ensayo elaborado por: Juan Cervera Sanchís.
-Esta vida es un fraude, chico- me dijo textualmente Juan Rejano, no hace mucho, y tras habernos detenido a leer uno de sus últimos poemas perteneciente a su libro, de próxima aparición, La Tarde, en una banca pública del Parque del Arte.
Todo sucedió porque, después de leer el poema, empezamos hablar de la muerte, y yo que no me la explico, que no la quiero, que la veo como algo horrible –no siempre- y repugnante hago todavía preguntas, a las personas que han vivido mucho más, del tiempo de los griegos, es decir: “Oye, tú que has vivido ya bastante, ¿qué sabes y qué puedes decirme de la vida y la muerte?” Aquella noche –aún primeriza- le hice esta pregunta a Juan Rejano y él, casi furioso, me dio la respuesta que ustedes ya conocen.
-¡Ah, caray!- exclamé hacia dentro, mientras Juan siguió hablando con gravedad senequista, cordobesa, y furia española a lo Unamuno, del fraude de la vida; de eso de nacer para ir envejeciendo y, finalmente, morirse uno.
“Tanto bregar para morirse uno”, que decía Miguel Hernández. Ni hablar. Ni hablar. Pero…
Caminamos y caminamos echándole un velo a la cara a las interrogaciones. La verdad: otra vez, como siempre, en conversación con amigo viejo y experimentado, terminé, terminamos, por no saber nada de nada. Pero sí llegamos a una conclusión. Es lo interesante. Dejamos el Parque del Arte y atravesamos las calles de Nevada hacia el Paseo de la Reforma, como tantas y tantas veces después de salir, la tarde alta de los lunes de la redacción de El Nacional, rumbo a su caza de Mazatlán. “Saludable caminata”, me decía Juan Rejano, que añadía: “Caminar es muy bueno para el organismo”. Y yo terminaba, con la mitad de sus años a la espalda, con la lengua fuera como galgo cazador tras la persecución de una liebre fantástica.
Al pasar por Neva rompimos a hablar recordando a Germán Pardo García, un poeta colombiano amigo nuestro que vive (gran solitario) en dicha calle. Llegamos al Paseo de la Reforma. Allí retomamos la vieja plática.
 Los ojos de Rejano, grandes, verdes, redondos, con un fondo de inocencia sabia de olvidar andaluz, se agrandaron mientras me decían con una recobrada fe en la vida:
-…pero mientras estamos aquí hay que vivir y hacer el bien. No lo olvides. Y te voy a decir una cosa: la vida es hermosa si uno lucha. A mí me ha ayudado mucho mi militancia política, el Partido ha sido una de las partes más importantes en mi vida, de él me he llenado, pues siempre sentí, y sigo sintiendo, que es una forma de entregarme a los demás.
-¿Y no te ha decepcionado alguna vez el Partido?
-No, nunca. Las ideas no nos decepcionan, sí los hombres de vez en cuando. Pero a éstos hay que comprenderlos. Uno comprende. Uno es humano.
Juan Rejano era un hombre que comprendía a sus más feroces enemigos. Tenía una enorme capacidad de comprensión, que yo admiraba, y, muy especialmente, para con los jóvenes. Esa vida, que porque se le tenía que ir y no estaba en sus manos detenerla para permanecer más tiempo entre nosotros, le hizo aquella noche revelarse y llamarla fraude, sin duda porque la quería demasiado y lo que se quiere demasiado duele perderlo. Juan Rejano era un enamorado de la vida.
De repente, recordando los atardeceres que compartimos, me hablaba de las nubes del cielo de México. Era algo que lo fascinaba.
-En mi libro La esfinge mestiza yo he dicho  algo de las nubes del cielo de México, pero creo que no ha dicho cuanto hay que decir de estas nubes. Ahora que esté ya tranquilo allá en España, voy a escribir un libro sobre el cielo de México.
Esto era algo de lo que habló muchas veces con amorosa pasión. Y también me hablaba de:
-Mira, acabo de escribir un poema- me dijo días antes de operarse por primera vez en la clínica del doctor Soriano y ya en su casa y ante una taza de aquél té moruno que él aprendió a hacer en África del Norte y que a mí me enamoraba el paladar. Y leyó un poema aún no terminado a México donde el poeta entre nubes iba pisando sobre el misterio. Al finalizar añadió:
-Chico, es que México es algo increíble. ¿Tú no sientes al caminar sobre esta tierra que vas como pisando la raíz oculta del misterio?
Para Juan Rejano México era un país fabuloso, entrañable, fascinante, poético. Estaba en lo cierto:
-Cuando yo esté en España nunca me voy a cansar de hablar bien de este país. –Desde lo más íntimo de su corazón él amaba a México. Su corazón de exiliado salía siempre a flote.
Hablábamos de muchas cosas:
-Chico, tú llegaste hace unos días. Cuando nosotros llegamos esta ciudad era el paraíso. Recuerdo los cafés, las tertulias… Todos creíamos que era cosa de unos años, y hasta menos. Vivíamos con la vuelta a la mano. Y mira tú, mira tú. ¡Cuántos muertos ya en nuestra memoria!
Juan Rejano se ponía triste. Los amigos idos. Y me decía:
-Quiero escribir un poema a Benito Pérez Galdós, él, con su obra, me ha ayudado como nadie a vivir en el exilio. La lectura de Galdós ha sido algo vital para mí. El me traía la luz y la tierra española a mi cuarto y mis noches se poblaban de España gracias a Galdós. Ha sido mi gran alimento espiritual.
Galdós… -y entonaba los ojos imaginando el poema… que no escribió. La muerte.
Me habló mucho de Manolo… su gato. Y a él sí le escribió un poema que verá la luz en su libro La Tarde.
A Manolo sólo le faltaba hablar para ser humano, creo que era más humano y más amigo que muchos hombres. Me hizo feliz muchas noches. Tuve en él un gran compañero.
Me habló de alguien que yo no tuve la suerte de conocer.
Otro muerto en su memoria. Ese alguien fue muy importante en su vida y, sin embargo, pocos (nadie, la verdad por delante) nos ha recordado ahora en la hora de la muerte del poeta.
Recuerdo un mediodía en que íbamos los dos (sábado) por el Paseo de Reforma, a la altura del diario  Excélsior, con el edificio de la Lotería Nacional a nuestra espalda. Juan Rejano se detuvo un instante y miró a una muchacha:
  
        FOTOGRAFÍA TOMADA DEL BUSCADOR DE Google.
        absolut-mexico.com
   PASEO DE REFORMA MEXICO, D.F.

-¡Ojú!- exclamó y yo entendí, pues entre andaluces estaba dicho todo. Tras la exaltación me remachó:

-Ahora son más bonitas las mujeres que antes. No sé qué pasa- y me habló lentamente de una mujer.

-La verdad es que yo no volvería a casarme ni aún volviéndome a enamorar. Fui el hombre más feliz del mundo con Luisa. Mi amor con Luisa fue un milagro. Era una mujer maravillosa. Yo ya no vivo realmente, desde que ella murió…

Tras su muerte me llevé un año sin dormir. Eso me provocó la úlcera y desde entonces ando mal.

Y me hablaba y me hablaba de Luisa… de Luisa Carnés, como del paraíso perdido, con humedad en su mirada verde.

Luisa Carnés fue la entrañable y fiel compañera del poeta desde los días de la guerra y aquí en México; junto a ella escribió Juan Rejano la mayor parte de su obra. Sin Luisa Carnés quizá hubiera sido otro hombre muy distinto. Yo lo presiento así.

Nació Luisa en Madrid el año de 1905 y murió en México el 12 de marzo de 1964 días después de sufrir un accidente automovilístico en la carretera México-Toluca. Fue una excelente novelista, entre cuyas obras recomendamos aquí a manera de justo homenaje: Peregrinos del Calvario, Espasa-Calpe, Madrid; Natacha, Cía. Ibero-Americana de Publicaciones, Madrid, y una biografía de Rosalía de Castro publicada por Ediciones Rex en México.

Luisa Carnés o Clara Montes fue la mujer que más momentos de dicha dio a nuestro querido poeta en esta vida, para él muy cuesta arriba hasta su muerte.

Sí, Juan Rejano, nos platicó en muchas ocasiones de Luisa Carnés. Y nos reveló, lo que era público y notorio, que ella había sido su único y gran amor. Algunos llamaron a Juan “El Casto”, por su fidelidad a Luisa antes y después. Término que oímos referido a Juan –casto- de labios del poeta salvadoreño radicado en México Alfredo Cardona Peña.

-Única, insustituible fue Luisa para mí –díjonos- Rejano muchas veces. Y añadía con tristeza profunda: “Es desesperante ver cómo se te van yendo los seres que más amas y no puedes hacer nada. Esta vida es perder y perder y perder. Todo lo perdemos”.

Y surgía la gloria del artista. “Pero Juan, tú serás un poeta famoso”. Sonreía y como desdeña la posible fama futura me decía: “¿Y qué de la gloria si yo no he de verla”. Y Juan sin darle importancia miraba todo eso con cierto desprecio. Hablamos de Antonio Machado y de sus canciones ahora en boca de cantantes y esto le molestaba, sobre todo cuando algunos decían que “estaban dando a conocer a Machado” porque cantaban sus poemas. Y recordábamos palabras de Machado sobre González Marín, “que toreaba, bailaba y otros etcéteras los poemas del gran don Antonio”. Otro tanto parecía sucederle a sus poemas cantados y que llenaban la bolsa de los gallitos cantores:

-Espero tener mejor suerte en ese terreno- nos decía con burla de toda esa supuesta “fami-gloria” que también manipulan ciertas casas disqueras.

Juan Rejano caía en la decepción algunas veces para, de repente, recobrar la esperanza en la vida.

Últimamente no se le caía de la lengua la palabra España.

Y al hablar de España se concentraba en nombres como Puente Genil y Málaga. Revivía su niñez y adolescencia. Y ya hacía el equipaje para volver:


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       andaluciaturismodigital.com
    PUENTE GENIL
-Estaré un poco tiempo en Puente Genil y en Málaga, pero pienso residir en Madrid. Debo seguir luchando.
Pensaba con emoción en continuar la lucha en España.    
Quería gozar su España perdida. Ya en el sanatorio trabajaba entre paréntesis de dolor en sus últimos libros. Recopilaba prosas y versos de ayer y escribía nuevos textos. Una vez que saliera del sanatorio, ya repuesto, volvería a su España. Su gran ilusión.
-Tú no sabes, chico, tú no sabes lo que es esto de no poder volver a tu tierra, porque yo no salí por mi gusto. Tú no sabes, tú no sabes…- y lo sentía a punto de llorar, a punto de gritar, todo al mismo tiempo.
Ahora recuerdo estas palabras suyas. Y de verdad que no lo sé, por más que me parezca entender el exilio.
Sé tan sólo que Juan Rejano ha muerto y no lo puedo creer. ¡Lo siento tan vivo en mi memoria! Pienso que puedo marcar el 5544227 y escuchar su voz sonora y viril y terminar diciéndonos “Mañana nos vemos a las seis de la tarde y hablamos despacio”, Ese mañana, y eso es lo terrible de la muerte, ya no es posible, ya nunca será posible. De Juan Rejano, tan oliéndome todavía a vida en estos momentos, tan presente su imagen en mi memoria, ya no tendré sino recuerdos cada vez más lejanos, cada vez más confusos. Aunque tendré, como decía Quevedo, eso que permanece y dura por fugitivo, la poesía, esa poesía de Juan Rejano de la que yo tanto gusto y con la que tanto gozo, como esta canción que, para terminar, quiero recordar:

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      es.m.wikipedia.org
RIO GUADALQUIVIR EN CORDOBA, ESPAÑA.

CANCION DEL GUADALQUIVIR
                      
                        1

Vengo de un pinar serrano
y llego a la mar amarga
con un lucero en la mano.
Bajo la luz la canción
la esperanza –las adelfas-
ciñiéndome el corazón.

Nieve doy en Cazorla,
la sierra fría.
Barro claro en Andúajar,
la alfarería.
En Córdoba la lengua
de cien molinos.
Un espejo en Sevilla
de cristal fino.
Verde aceituna,
en Sanlúcar no muero,
muere la luna.

                  2

Entre jara y olivar
comienza mi vida, acaba
entre el racimo y la sal.
Oleo llevo en la garganta,
mi cuerpo es de trigo y mosto,
de arena y nardo mi planta.

Las cosechas, los frutos
me abren orilla,
las canciones del hombre
su maravilla.

Yo también voy cantando,
rumbo al olvido,
para que el hombre tenga
paz en su nido.
Hasta las penas,
vestidas de esperanza
van por mis venas.

En estas y otras canciones de Juan Rejano, que algún día cantarán en coro y en corro, los niños andaluces las noches de verano en las viejas plazuelas de los pueblos blancos del sur de España, seguirá viviendo aquel hombre sencillo y bueno y gran poeta del que perdimos su cuerpo, pero del que siempre seguiremos teniendo la emocionada humanidad de su palabra.
       FOTOGRAFÍA TOMADA DEL BUSCADOR DE Google.
       ateneodecordoba.com
  JUAN REJANO PORRAS

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